
El
trabajo de Flores Galindo recoge este momento de transición entre el paso de la
colonia a la república. Presenta una situación de desgobierno en 1822, casi un
año después que José de San Martín proclamara la independencia. Un país en pie
de guerra, menciona Flores Galindo, con el centro y el sur del país ocupado por
realistas, un congreso constituyente con una representatividad cuestionable (de
79 diputados representantes de las provincias de entonces solo estaban
presentes 51) y un ex conspirador elegido primer Presidente de la República (José de la
Riva Agüero), depuesto en 1823 y condenado
a muerte por Bolívar, que tuvo que huir a Europa. Pero no solo este caos
generaba muestras de pesimismo sobre el futuro de la naciente república. El
autor recoge las palabras de Bernardo de Monteagudo, Ministro de Guerra y
Marina de José de San Martín, quien en 1823 escribía: “Las relaciones que
existen entre amos y esclavos, entre razas que se detestan, y entre hombres que
forman tantas subdivisiones sociales, cuantas modificaciones hay en su color,
son enteramente incompatibles con las ideas democráticas.”
¿Era
nuestra sociedad incompatible con la propuesta democrática recién adoptada? ¿La
convivencia imposible y la igualdad tan solo un ideal poco aplicable dentro de
una tradición marcada por las jerarquías y las diferencias entre diferentes
grupos sociales? ¿Era posible construir un Estado sobre bases coloniales tan
frescas y poco dispuestas al cambio? Monteagudo, siguiendo con Flores Galindo, pensó
en un camino intermedio, el cual era imaginar un Perú regido por una monarquía
constitucional. Incluso traer un príncipe europeo que apoyado por una asamblea
nos ayudara a transitar de manera menos traumática entre el régimen colonial y
el republicano. Sus ideas fueron rechazadas de plano por los criollos que
buscaban borrar cualquier símbolo colonial y encontraría la muerte en un oscuro
callejón de Lima en 1825.
El
trabajo de Heraclio Bonilla, hace 41 años, generó una polémica que aún es
vigente porque planteaba una de esas preguntas que parecen no tener una
respuesta única o cuya respuesta no parece dejar satisfechos a todos: ¿Quién obtuvo la independencia del Perú? En 1971 y con
motivo de cumplirse los 150 años de la Independencia nacional, se desarrollo una
producción inusitada de textos y material educativo que tenían como denominador
común presentar la independencia de
nuestro país como un hecho netamente nacional, producto de una “toma de
consciencia” colectiva de diversos actores sociales que reconocen la necesidad
de desligarse de la metrópolis. Bonilla, en un texto publicado en 1971
cuestiona esta idea y concibe el proceso de independencia como “concedido más
que obtenido”. No concibe la independencia como un proceso nacional al indicar
que no todas las regiones la buscaban. Es cuidadoso al hablar sobre esta “toma
de consciencia” que es la base del proceso emancipador, al presentar más bien
una sociedad colonial estratificada y fragmentada, donde indígenas y mestizos
estaban en el fondo de la pirámide social y con nulas posibilidades de ascenso.
Finalmente tenemos el trabajo de Scarlett O’Phelan, quien
cuestiona la tesis de Bonilla de la independencia concedida otorgándole el
carácter de ‘mito’. En este trabajo O’Phelan
afirma que si bien los diversos intereses tanto capitalinos como provincianos
en relación con la independencia deben ser matizados, insiste en la figura del
sur andino para poder entender la dinámica social de la protesta frente al
poder colonial. Un factor clave para entender las motivaciones del bloque sur
andino para romper con la colonia tenía que ver con el eje económico formado
entre Alto y Bajo Perú a partir de la explotación de las minas de Potosí, que
consolidaron económicamente a la región y a sus elites. Esta autonomía
económica debía complementarse con autonomía política que implicaba no solo
romper con la metrópoli, sino también con Lima y un centralismo que buscaba
posicionarse.
Tan solo tres apuntes de los muchos que se han escrito y
de los están por escribirse. Esta mirada sobre nuestro nacimiento como república
es una tarea que no solo le hace preguntas al pasado para poder entender un
poco mejor nuestro presente. También es una oportunidad para terminar de
construir aquello que parece incompleto y cumplir una vieja promesa republicana
pendiente.
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