jueves, 25 de febrero de 2010

Llegaron las lluvias…y algo más.


Hace algunos días volvieron las tan esperadas lluvias de temporada. La preocupación era casi general por su ausencia, que era recordada cada cierto tiempo a través del titular de algún medio periodístico o mediante una conversación informal entre amigos y parientes. Nadie sabía cuando llegarían y finalmente llegaron. El problema sin embargo es que nadie sabe cuanto durarán y si podrán satisfacer las necesidades hídricas de la región. Es difícil saber también si cada año esperaremos con la misma ansiedad su llegada y si más bien debemos irnos acostumbrando no solo a esperar, sino a vivir con cada vez menos agua.

En la era de la información, de la tecnología, donde nada parece imposible y tan solo los límites los pone la imaginación, actividades tan comunes como abrir el caño o la ducha podrían convertirse en el triste recuerdo de una especie que no supo encaminar esfuerzos hacia lo realmente importante. Sin embargo, la omnipotencia humana parece mirar con desdén todo aquello que le recuerde su fragilidad y prefiere deleitarse con los logros alcanzados, aún con aquellos que han despojado al hombre de la condición que proponía Kant: Fin último de todas las cosas.

Hay varios lugares comunes respecto al agua que no nos cansamos de repetir, pero precisamente este conocimiento común y casi generalizado es inversamente proporcional al grado de conciencia sobre estos. Frases como “La tercera guerra mundial será por el agua” o “El agua en algunos años valdrá mas que el petróleo” (de hecho, en varios países, su costo se viene incrementando de manera inexorable) o la típica “Gota a gota el agua se agota” parecen tener un espacio reservado en los discursos cotidianos del ciudadano común, pero carecen de la coherencia necesaria que pueda reflejarlas en acciones y actitudes respecto al manejo de este recurso. Dos situaciones me ayudarían a expresar mejor este divorcio entre lo que decimos y lo que hacemos.

Hace algunos días en una universidad pública los estudiantes se vieron enfrentados a una situación incomoda, por decir lo menos: todos los servicios higiénicos se habían cerrado por ausencia de agua. Era notoria la incomodidad en muchos de ellos, ya que las necesidades fisiológicas no esperan demasiado y menos aceptan pasivamente postergarse, por mas convincente que sea el cartel pegado en la puerta de los servicios. Hasta allí una situación que he vivido más de una vez como estudiante y que imagino, no será la última. Al día siguiente, ya con los servicios habilitados y prestos para atender necesidades me encontré con una realidad poco feliz: caños abiertos e inodoros mal cerrados que dejaban discurrir aquel líquido que solo 24 horas antes era tan añorado. (Un inodoro malogrado puede desperdiciar hasta 548 litros en un solo día. El goteo de un caño hasta 80 litros)

La segunda situación ocurrió hace algunos años. Una sobrina, de tan solo 4 años de edad, me pidió usar los servicios de mi casa para lavarse las manos. Como era la primera vez que la pequeña visitaba la casa me ofrecí en acompañarla. Grande fue mi sorpresa cuando ella, muy segura de si, me indicaba que mientras ella se enjabonaba, yo debía cerrar el caño, ya que de ese modo el agua no se desperdiciaba (se puede ahorrar hasta 7 litros por día). No solo sonreí frente a esta lección recibida, sino también frente al alto sentido de responsabilidad que la pequeña había recibido y se encargaba de enseñar. Recordaba este episodio y pensaba el otro que narraba líneas arriba y me preguntaba ¿Por qué esta diferencia de prácticas y actitudes?

El hombre es un ser social. Ha diseñado una sociedad a su medida, que satisface necesidades, pero que también genera otras. Aprende a vivir en sociedad en diferentes espacios. La familia es un espacio inicial, pero de allí vendrán la escuela y los amigos. De ellos recibe conocimientos, pautas y normas que faciliten su inserción. Pero también recibe influencia de los medios de comunicación quienes de alguna manera, irán delineando sus gustos, sus deseos, sus ideas e incluso sus sueños. La pregunta en este caso sería ¿en que medida estos distintos espacios nos van haciendo responsables de lo que hemos recibido como herencia, pero que no es nuestro ya que también pertenece a los que vendrán mas adelante? ¿Cómo este ser, eminentemente social para algunos, ha olvidado que también es un ser natural, que forma parte de un todo llamado naturaleza que le envía mensajes cada vez mas serios? ¿Cómo articular estas frases como acciones concretas que se expresen de manera individual y puedan llegar a la expresión colectiva y política?

No sabemos si, aún con toda la ciencia a su servicio, el hombre esté destinado a sufrir pasivamente el designo, en este caso natural, de quedarse sin agua (a menos que un grupo de científicos este diseñando una maquina ‘hacedora de lluvias’) Mientras tanto, deberíamos preocuparnos en administrar mejor aquello que, aún siendo escaso, no terminamos de valorar. Se trata, y este es otro lugar común, de empezar por uno mismo.

Una mirada a los conflictos


¿Qué tan lejanos son para usted, amable lector, los terribles sucesos de Bagua? ¿Cuántas veces ha escuchado hablar nuevamente del Moqueguazo? ¿Cuál fue el detonante del famoso Arequipazo? Responder estas preguntas puede ser un ejercicio innecesario para algunos. Para otros, abrir viejas heridas que solo el tiempo (no necesariamente la justicia) mal que bien ha cicatrizado. Para unos pocos, el siempre necesario ejercicio de mirar atrás para saber donde estamos buscando avizorar lo que esta por venir.

Y es que los conflictos no son una realidad contextual en nuestro país. No son sucesos de carácter extraordinario, que irrumpen de vez en cuando de manera cruenta y con saldos dramáticos con los que la prensa nos bombardea de manera inmisericorde hasta que volteemos la página y pasemos a otra cosa. Los conflictos, en sus diversas modalidades son una realidad cotidiana en nuestro país, extendida de manera casi uniforme y con presencia en la mayor parte de las regiones. Después de los trágicos sucesos, líneas arriba indicados, solo una institución ha trascendido la mirada anecdótica de muchos medios de comunicación, de la opinión pública y en especial del gobierno: La Defensoría del Pueblo.

Ya sea a través de reportes mensuales, informes defensoriales o boletines, esta institución se ha preocupado en abordar la intensa conflictividad existente en nuestro país antes que como sucesos puntuales y aislados, como procesos que tienen un conjunto de causas no atendidas que siguen un ciclo que desgraciadamente en muchos casos concluye en crisis que pudieron ser desactivadas a tiempo. Son innumerables las lecciones que nos ha dejado el pasado, sin embargo ¿Por qué nos cuesta tanto aprender de el?

El Reporte 71º de Conflictos Sociales conocidos por la Defensoría del Pueblo al 31 de enero de 2010 (1) nos deja más de un dato que debiéramos incorporar en la reflexión sobre la realidad de nuestro país. El reporte da cuenta de la existencia de 260 conflictos sociales, de los cuales 170 se encuentran activos (65%) y 90 en estado latente (35%). Esta diferencia, aunque pueda parecer sutil a primera vista es muy importante. Si bien los conflictos sociales activos ni fueron atendidos a tiempo e implican un trabajo inmediato, aquellos en estado de latencia brinda una oportunidad para generar las condiciones del dialogo y la solución. Desagraciadamente, la vocación de los diferentes actores estatales parece ser la de un bombero acostumbrado solamente a apagar los incendios que ve y no prevenir futuros siniestros.

Otro dato valioso que brinda este Reporte es el mapa de la conflictividad en el país que clasifica a las regiones de acuerdo al número de conflictos registrados en su jurisdicción (mas de 11, de 6 a 10 o menos de 5). De las 25 regiones de nuestro país, al menos 9 de ellas registra más de 11 conflictos. Los casos mas alarmantes son Puno (22), Cusco (20) y Junín (20). Nuestra región se encuentra en una suerte de grupo intermedio ya que registra 7 conflictos, entre ellos los conocidos Tía María, planta de tratamiento de aguas residuales, harineras de Camana, con la provincia de Espinar por Majes II y el problema de demarcación territorial con Chumbivilcas (Cusco). Solo 7 regiones tienen menos de 5 conflictos. Una nueva mirada a este mapa de conflictividad en nuestro país también parece cuestionar la imagen arraigada de un sur andino belicoso y problemático frente a una costa central y norteña con una orientación clara y pacífica.

En cuanto al tipo de conflicto destacan los socioambientales (121 casos), casi el 50 % de los casos. Bastante rezagado aparecen aquellos de asuntos de gobierno local (37 casos), laborales (28 casos), entre los mas importantes. Llama especialmente la atención que aquellos que se originan en el cultivo ilegal de la coca sean apenas 3 casos. Que puede estar sucediendo en este caso: ¿Una terrible convivencia entre estas actividades y las instituciones encargadas de reprimirlas? O ¿Situaciones de enfrentamiento tan aisladas que carecen de visibilidad en la escena publica?

Finalmente, la frecuencia de los conflictos presenta una curva muy interesante. El pico mas alto se registra a partir de la segunda mitad del año (especialmente los meses de agosto a noviembre) y registra un notable decrecimiento entre fines y comienzos de cada año. Sin embargo, el nivel de conflictividad ha dejado la valla bastante alta para este 2010, ya que si en enero de 2009 se registraban 211 casos, en enero de este año estamos partiendo de los 260 casos ya indicados.

El viejo Marx, citando a Hegel refiere que: “la historia se repite dos veces, una como tragedia, la otra como farsa”. De ello los peruanos podemos dar sobrados ejemplos.
(1) Para acceder a una versión completa del Reporte en: http://www.defensoria.gob.pe/conflictos-sociales/objetos/paginas/6/44reporte_71.pdf (Última consulta: 14 de febrero de 2010)

martes, 2 de febrero de 2010

Religión y política: tan cerca, tan lejos


Nadie duda que el 2010 y casi la primera mitad del 2011 serán años fuertemente marcados por uno de los mecanismos de la vida en democracia: las elecciones. Se acercan, inicialmente, las elecciones regionales y municipales, y el próximo año las elecciones presidenciales y parlamentarias. Para algunos analistas, la carrera se ha iniciado pronto, con algunas candidaturas casi oficiales y otras que han generado gran desconcierto. También se insiste en no descartar la figura de un nuevo outsider(al estilo Fujimori, Toledo o Humala), que haga su ingreso de manera súbita, con una plataforma de cambio que reciba una adhesión inusitada de la ciudadanía. Lo que no esperaban muchos analistas es que esta partida se iniciara poniendo sobre la mesa una serie de temas que, hábilmente, muchos candidatos evitan tocar, en función a su contenido moral, cultural o social son especialmente controversiales.

Uno de los temas planteados es el famoso Concordato celebrado entre el Estado Peruano y el Vaticano, el cual da cuenta de una serie de beneficios que un Estado definido como laico, es decir, independiente de cualquier organización y confesión religiosa, brinda a una iglesia en particular, la Católica (sueldos, infraestructura, exoneraciones y el deber de ‘evangelizar’ a las FF.AA. y la PNP). Sin embargo, no es solo este acuerdo el pretexto adecuado para reflexionar sobre la relación religión y política. También lo son otros temas, que de tanto en tanto irrumpen en la esfera pública, generando encendidos debates de uno y otro lado. Temas como el matrimonio entre homosexuales, el aborto, la eutanasia, la despenalización de las drogas, han sido dotadas por un sector importante de la iglesia no solo de un carácter moral cristiano, sino especialmente de un carácter doctrinal, el cual, de manera inmediata las aparta del debate publico ya que la doctrina, al ser inspirada por Dios, no se discute.

Sin embargo, quedan algunas preguntas ¿Cuan relevante a nivel político, es decir para todos los ciudadanos, debe ser la opinión de una iglesia en particular? ¿Cuan importante es que los temas mencionados sean discutidos, quitándoles esa suerte de dogmatismo que los recubre, que parece guiar a legisladores de uno y otro credo? ¿Cuan cercana es la presencia de la religión en la política a pesar de la insistencia en conceptos como Estado laico, libertad de culto y no discriminación? ¿Quién influye a quien? o ¿Estamos hablando de dos esferas impermeables a las influencias de uno y otro lado?

Es importante indicar que tanto la religión (para los creyentes) como la política son dos espacios fundamentales en nuestra vida, tanto pública como privada. También es importante precisar que podemos percibir no solo puntos de encuentro (o desencuentro), sino también contradicciones y temas no resueltos. Sea a través de corrientes ideológicas (como la Teología de la Liberación y su opción preferencial por los pobres), a través de rostros concretos (Gustavo Gutiérrez, Marco Arana, o, a nivel latinoamericano, Fernando Lugo o Leonardo Boff) o mediante cambios sociales u estructurales (la llamada iglesia progresista, el apostolado social o las comunidades de base) son innegables los puntos de intersección entre una y otra.

Aunque en la modernidad trata de separar ambos espacios con ideas como Estado laico (público) y religión (privado) y se inicia un proceso pocas veces entendido como la secularización, identificado erróneamente como una suerte de pérdida paulatina de la espiritualidad religiosa en los fueros de la sociedad postilustrada, podemos percibir que los vasos comunicantes entre una y otra dimensión están presentes. Es más, para Gonzalo Gamio, más que separar artificialmente una y otra, la relación moderna entre religión y política se apoya en la “…estricta responsabilidad de los agentes respecto de sus acciones al interior de su morada (ethos). Nos remite a aquello que construimos en el mundo contingente y vulnerable de nuestras instituciones, acciones y discursos”. Es decir, antes que una invitación a huir del mundo, del tipo medieval, es una a estar en el mundo y comprometerse con el. Si bien se desacraliza el poder asumiendo que su fuente no proviene del designio de un ser superior sino de la voluntad popular, esta separación apunta a “…proteger de toda ‘intervención tutelar’ el discernimiento público del ciudadano, así como procura garantizar la libertad de cada individuo para decidir creer (o no creer) sin coacción alguna.”

Finalmente, Jean Yves Calvez propone dos ideas a tener en cuenta en esta compleja relación. Inicialmente establecer una distancia prudente con la autoridad política. Las autoridades religiosas no deben aprovechar del poder político para cuestiones de conciencia o de doctrina religiosa. En segundo lugar propone distinguir bien entre mis convicciones, que tienen que ser plenamente libres y que debo poder expresar donde me quieran escuchar, y lo que es el trabajo político parlamentario como legislador. Para seguir reflexionando sobre ello pero en clave ciudadana, es decir, quitando la etiqueta de universal a aquello que es particular, buscando la argumentación y debate en aquello que pretende ser disfrazado de dogma y asumiendo que la vida en sociedad implica respetar, tolerar y conocer aquello que no por ser diferente, es menos valioso.

¿A la minería dile no?


Hace pocos días, un grupo de pobladores de la provincia de Islay manifestaron su rechazo en contra de la actividad minera que se cristalizaría a través del cada vez más famoso proyecto Tía Maria a cargo de la minera Southern Perú Copper Corp. (SPCC). El argumento principal es la profunda desconfianza respecto al manejo del agua por parte de la mina y sus previsibles consecuencias con respecto a la principal actividad del Valle de Tambo: la agricultura. Aunque esta prevista una audiencia pública para el día 15 de febrero donde SPCC explicara los efectos ambientas y como gestionará el recurso hídrico, la situación real nos presenta una población mayoritariamente movilizada en contra de la actividad minera.

A partir de estas primeras líneas que intentan resumir lo acontecido hasta el momento, surgen algunas preguntas que inicialmente me animo a proponer: ¿Es la minera el único camino rumbo al desarrollo? ¿Existen actividades, como la agricultura, la ganadería, las manufacturas o los servicios que pueden convertirse en alternativas concretas frente a una solo visión de desarrollo? ¿Son salvajes, atrasados, ignorantes o mezquinos aquellos que se oponen a la misma? ¿O más bien terroristas y comunistas que aprovechan hábilmente la coyuntura para presentar, en un empaque distinto, ideas consideradas trasnochadas? Vayamos revisando cada uno de ellas, tratando de proponer algunas reflexiones que amplíen nuestra mirada del desarrollo.

Inicialmente es innegable el rol que ha tenido y tiene la minería en nuestro país. Desde tiempos prehispánicos su presencia en la vida no solo económica, sino también religiosa (rituales), artística o social (obsequio para reforzar viejas alianzas) esta ampliamente documentada en las crónica de la época y en las magnificas obras de arte que nos han sido legadas. Naturalmente en la colonia la actividad minera no solo se intensifica a costa de la vida de muchos indígenas, sino también el valor de la producción toma un nuevo sentido y se convierte en riqueza. Es en la República, con la presencia del Estado, que la actividad asume una nueva normatividad, buscando no solo proteger al trabajador, sino especialmente a partir de los años noventa, fomentar la inversión privada y reflejar socialmente las ganancias a través del canon minero.

Todo ello se refleja actualmente en la vida económica del país. Solo basta sumar el capital invertido en proyectos mineros en los últimos veinte años (de 1993 a 2008 US$ 15, 826 millones según la SNMPE), el papel que juegan en nuestra balanza comercial (60% de las exportaciones según el BCRP al 2009), su presencia a nivel de PBI (5.9 % en el 2009, BCRP), puestos de trabajo generados directa o indirectamente, la inversión en Responsabilidad Social buscando, ya sea llevar la fiesta en paz con la comunidad o asumir un compromiso real con respecto al desarrollo de su entorno, dejando de ser una isla de productividad en medio de un mar de miseria y resentimiento.

Sin embargo, atendiendo estos argumentos que podrían aparecer como defensa decidida de la actividad minera, incluso recogiendo los impactos negativos de la actividad, principalmente contaminación ambiental y cambio social acelerado y desordenado, la pregunta que anima este artículo aun parece sostenerse ¿Es posible concebir el desarrollo de un determinado espacio al margen de las actividades extractivas primarias, entre ellas la minería? Para los defensores a ultranza de la minería, pareciera no existir otra alternativa. Para ellos, el Perú es un “país minero” por antonomasia y cualquier negativa al desarrollo de esta actividad solo representa una suerte de autocondena a la pobreza y subdesarrollo de la comunidad implicada.

No obstante, una de las críticas mas importantes a la concepción clásica del desarrollo es esta concepción de camino único que presentaba hasta hace muy poco tiempo. Esta visión se presenta como suerte de escalera, donde todos estamos destinados a ir subiendo los peldaños que otros ya pasaron, con resultados más o menos felices. La realidad, a veces con cruel ironía, se ha encargado de mostrarnos más de una vez que el camino de unos no es el camino de todos. Que la historia no esta escrita y la ruta ya trazada. El desarrollo económico no es suficiente si no va acompañado de desarrollo humano con el consiguiente incremento de capital no solo financiero, sino social (instituciones) y humano (educación). Que el verdadero desarrollo es aquel que satisface necesidades presentes sin comprometer las futuras.

Es difícil saber que vendrá mas adelante. En el mejor de los casos podemos diseñar distintos escenarios o futuros posibles, probablemente la mayoría de ellos mostrando una actividad que termina por imponerse en virtud del poder económico y político detrás de ella. Yo me animo a proponer otro escenario, tal vez más difícil pero al mismo tiempo más ambicioso: una comunidad que democráticamente concibe si en su futuro hay espacio para una actividad como la minería. Si lo hubiera, es capaz de articularlo de manera coherente en una visión más amplia de desarrollo de carácter sostenible. En el caso que no conciba esta actividad, demostrar que es posible alcanzar el bienestar aún a costa de decirle no a la minería. Es un gran reto, pero también una buena oportunidad de trazar un nuevo camino. Veremos.