Han
pasado 10 años desde que se entregara el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación
(CVR) Y aunque algunas actividades durante este año (de manera especial durante
el mes de agosto), intentaron hacer un balance de los avances y retrocesos en
cuanto a las recomendaciones que ofrece este informe, de manera paradójica ha
sido la frustrada presencia de una declarada enemiga de la CVR, la congresista Martha
Chávez, en el grupo de trabajo de derechos humanos del Congreso de la República, la que le ha brindado
una notoriedad en la escena pública mayor que la suma de todos los eventos
anteriormente mencionados.
Este
artículo busca reflexionar inicialmente sobre lo problemático que es que el
Informe Final se discuta solo de manera contextual. Posteriormente, sobre lo
pertinente o no de la salida de la Sra.
Chávez de este subgrupo de trabajo en el Congreso.
Finalmente, como se va gestando la experiencia colombiana de reconciliación
después de varias décadas de violencia, como se puede ir construyendo una
sociedad que pueda integrar a aquellos que alguna vez le declararon la guerra y
si hay en este proceso lecciones que el Perú puede aprender. Vemos cada uno de
ellos.
¿Por
qué es un problema discutir solo de manera contextual sobre el Informe Final?
Porque, estemos o no de acuerdo con las conclusiones y recomendaciones de este
documento, el sentido del mismo es invitar a una reflexión permanente sobre aquellas
verdades que parecen haber configurado nuestra sociedad y que el informe
intenta reconocer como causas del conflicto interno. ¿Es una verdad dogmática la que presenta el
Informe Final? ¿Todo lo producido después de este documento es tan solo
accesorio, complementario, subalterno? En una reciente columna, el expresidente
de la Comisión
de la Verdad
es bastante claro: “La CVR
entiende por ‘verdad’ el relato fidedigno, éticamente articulado,
científicamente respaldado, contrastado intersubjetivamente, hilvanando en
términos narrativos, afectivamente concernido y perfectible, sobre lo ocurrido
en el país en los veinte años considerados por su mandato… ‘Verdad’
es un relato perfectible. …” De manera que el peligro reside en postergar
esta discusión hasta la próxima denuncia, el siguiente nombramiento
controversial o la última declaración polémica que reavive el debate, pero nuevamente
solo por unos días.
Una
segunda idea que me gustaría desarrollar es la pertinencia de la salida de la Sra. Martha Chávez y
la posterior desactivación del grupo de trabajo. Una frase que se ha hecho
sentido común entre las personas vinculadas a la defensa de los derechos
humanos es aquella que afirma que los límites de la tolerancia se reconocen
cuando se encuentran con la intolerancia. Pero, ¿es siempre el mejor camino
responder intolerancia (la de la Sra. Chávez)
con intolerancia (la de los grupos movilizados por su nombramiento en la
mencionada comisión)? Puedo pecar de ingenuo, pero tener una persona como
Chávez en este encargo ¿no hubiera podido convertirse en una oportunidad antes
que en una amenaza? Responder a sus prejuicios con argumentos de peso, a falsas
acusaciones con pruebas objetivas. La filosofía contemporánea reconoce dos
tipos de tolerancia: la negativa y la positiva. La tolerancia negativa es la
del tipo “te aguanto porque no me queda otra opción”. La positiva es aquella
que va un paso mas allá y intenta no solo reconocer la presencia del otro,
incluso cuando podemos inicialmente percibirlo como una amenaza, para poder ir
desarrollando niveles mínimos de convivencia, si no armónica y dialogante, por
lo menos respetuosa.
Finalmente,
¿Es posible pensar en un verdadero proceso de reconciliación? Hace pocos días
Santiago Pedraglio recogía la experiencia colombiana. A partir de una agenda de
seis puntos, la primera semana de noviembre llegaron a acuerdos sobre el
segundo punto: “…participación política; es decir, consensos sobre `Derechos y
garantías para el ejercicio de la oposición política en general, y en
particular para los nuevos movimientos que surjan luego de la firma del acuerdo
final`. Dicho más claramente: garantías para la conversión de las FARC en una
fuerza política legal.” Los siguientes puntos (3 y 4) abordarán el “Fin del
conflicto” y la “Solución al problema de las drogas ilícitas”, respectivamente.
¿Es
posible vislumbrar un escenario similar en el Perú? Probablemente usted
considere que estamos frente a sociedades diferentes, con historias disímiles y
una lista de varios “pero”. No obstante, aunque estemos frente a procesos
diferentes (dudo que la diferencia entre ambos los coloque en extremos
opuestos), el caso colombiano es un invitación a considerar que, impulsada
desde diversos actores, pero sostenidos por una firme voluntad política
proveniente del Estado, es posible pensar y construir una reconciliación de
verdad. No aquella que busque dar la vuelta a la página, cargar las tintas de
un solo lado, o entender esta historia como un enfrentamiento de “buenos contra malos”. Es la oportunidad
de refundar nuestro país, muy cerca del bicentenario, pero esta vez si con un
proyecto de nación mas inclusivo. ¿Pido demasiado? Usted me responderá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario