viernes, 26 de diciembre de 2008

Una institución llamada navidad


¿Qué es lo primero que viene a nuestra mente cuando pensamos en instituciones? Probablemente, la primera imagen, sea la de un edificio, lleno de oficinas y escritorios, con personas yendo de un lado para otro, cada una con obligaciones definidas. Otro grupo posiblemente al piense en las instituciones como las instancias públicas donde se realiza algún tipo de trámite. A su memoria viene alguna municipalidad, alguna comisaría, algún ministerio donde tuvo que asistir e ir aprendiendo en el camino los pasos necesarios para obtener aquello que justifica su visita.

Sin embargo, ¿Cuántas veces hemos pensado en las instituciones como prácticas, reguladas socialmente, que han pasado por un largo proceso de construcción, que cumplen una determinada función , siendo la principal facilitar nuestro acceso a la vida en común, en sociedad? Efectivamente, si bien la primera imagen al pensar en las instituciones puede ser la de una entidad, reparamos pocas veces que ella es tan solo la expresión material de un conjunto de procedimientos, tradiciones, valores, símbolos y formas de concebir el mundo y las relaciones. Con este antecedente pretendemos acercarnos a una festividad pocas veces pensada como una institución: la navidad. Y nos acercaremos a ella considerando tres elementos que son parte constitutiva de las instituciones: las prácticas, los símbolos y los valores.

Desde las prácticas, una de las características más importantes que podríamos reconocer en la navidad es el consumo. Sea a través de regalos, adornos para el hogar, alimentación, una de las críticas sobre la fiesta que hoy nos ocupa es haber perdido su sentido inicial, habiéndose trastocado por la adquisición desenfrenada de más y más bienes. Las campañas publicitarias en esta época del año bombardean constantemente a los consumidores que pueden asumir, consciente o inconcientemente, una relación directamente proporcional entre mayor consumo va de la mano con mayor felicidad.

Los símbolos son otro elemento importante que podemos observar en está época del año. Desde hace muchos años me pregunté ¿Por qué utilizar unas bolitas blancas de tecnopor que representan la nieve, en lugar como Arequipa donde nunca ha nevado? Las preguntas, antes que cesar, se acrecentaban frente a muñecos de nieve, los bastones bicolores, los trineos y el chocolate caliente en una época del año que no se caracteriza precisamente por las bajas temperaturas. Una de las fortalezas que asegura la sobrevivencia de las instituciones en el tiempo es su capacidad de adaptarse. En este caso, nuestra navidad no solo ha ido incluyendo nuevos elementos con el paso del tiempo, sino que ellos han sido cada vez más familiares para nosotros que pasan casi desapercibidos. Pegar en la ventana de la casa un muñeco de nieve sin haber visto (y menos hecho) nunca uno, es un claro indicador de un elemento que ha pasado a formar parte de la cultura.

Finamente, el lector atento podrá preguntar ¿entonces, cual es el sentido de la fiesta? ¿Acaso yo no puedo celebrar como crea conveniente? ¿Si tengo los medios y el deseo, que me impide consumir? Podemos estar de acuerdo en la importancia de la decisión individual, pero no debemos que las instituciones no son prácticas aisladas y carentes de norte, ya que poseen un carácter social y un sentido que nos muestra su razón de ser. En el caso particular de la navidad, ello se traduce en no solo “recibir”, sino también en “dar”. Sin embargo, aquí puede aparecer otro cuestionamiento, ¿dar, a quienes? ¿Donde? ¿Cómo y cuanto? Es posible, en este punto, reconocer otra distorsión importante de la institución navideña, ya que este imperativo moral de dar y compartir se manifiesta de manera casi exclusiva en esta época del año. Frente a esta obligación “navideña” de dar a “los más necesitados” es importante preguntarnos si hacerlo una vez al año no ocasiona más mal que bien.

A modo de conclusión y tratando de recoger la esencia de la institución valiéndome de la etimología de la misma: navidad, natividad, nacimiento. Pero, ¿nacimiento de quien? Para los cristianos de Jesús. Y, ¿para los demás? Aquí quisiera prestarme una de las ideas que siempre me emociona de la filosofa judía Hannah Arendt, que podría permitirnos hablar de natividad en términos mas ecuménicos e inclusivos: “El nacimiento habla de limitación porque no existíamos antes de nacer, no somos por tanto ilimitados. Nuestro nacimiento nos sitúa en un mundo ya viejo, pero habla de posibilidades nuevas, de renovación y renacimiento, de este mundo viejo. Tomar la finitud desde el punto de vista del nacimiento implica que estamos ciertamente marcados e influenciados por el mundo en que nacemos y que no hemos creado, pero indica también que el mundo puede renovarse, puede nacer de nuevo…”. (1)
Podemos (todos) nacer nuevamente. He allí nuestra esperanza, nuestra posibilidad, nuestra responsabilidad.

(1) MacCarthy, Michael (2000) El pensamiento político de Hannah Arendt. Lima: Instituto Ética y Desarrollo – E. S. Antonio Ruiz de Montoya.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El hombre y la naturaleza


Hace pocos días, una noticia llamó poderosamente mi atención. Debido al agotamiento de la represa Pillones y al retraso de las lluvias de temporada, Arequipa se quedaría sin agua en pocos meses. Me preguntaba por el impacto que podría haber causado la mencionada noticia en la ciudadanía arequipeña, además de la preocupación natural por una situación en la que el hombre parece tener escasa capacidad de agencia. Sin embargo, una pregunta de fondo, que aparecía de manera insistente, estaba orientada a la relación entre el hombre y la naturaleza: ¿Cuándo empezó este divorcio perverso entre ambos y que se manifiesta en noticias como las que inspiran este artículo?

La modernidad parece ser un punto de partida de este quiebre. Esta época marca en la humanidad el inicio indetenible del avance científico. Los antiguos lazos que eran la religión y la tradición, que parecían tener maniatado al hombre, finalmente pueden desatarse y transformarse en ciencia y tecnología. El hombre, antes condenado a vivir y morir en un mundo ‘ya dado y sin posibilidad de cambio’, irrumpe en la historia y transforma el orden de la cosas, un orden considerado obsoleto y oscuro. En este nuevo orden, el ser humano se coloca por encima de todas las cosas que se convierten, de manera inmediata, en medios necesarios para lograr su desarrollo, ahora concebido como posible y deseable. Desde esta concepción antropocéntrica, la naturaleza esta a su servicio y es, de alguna manera, desacralizada. Deja de poseer un carácter intangible para convertirse en insumo del progreso.

Como refiere Maria Rosales “En las culturas premodernas, incluso en las grandes civilizaciones, los seres humanos se percibían a sí mismos esencialmente como entes estrechamente relacionados con la naturaleza, por lo cual las vidas humanas estaban unidas a los caprichos de esta, es decir, a la disponibilidad de fuentes naturales de subsistencia o a la abundancia o escasez de cosechas y animales de pastoreo, así como al impacto de los desastres naturales. El industrialismo trastoca de manera profunda la percepción del hombre sobre el mundo que lo rodea, al descubrir que ya no coexiste ‘dentro’ de la naturaleza, sino que ahora puede existir ‘sobre’ ella.” (1) Es el paso del determinismo ambiental, en el que el hombre esta sometido a los designios de la naturaleza y a la idea de ‘fortuna’, al control de la naturaleza, con ese instrumento recién descubierto y de posibilidades infinitas: la ciencia. Sin embargo, muchas veces olvidamos el carácter instrumental de la ciencia. Es decir, su uso está definido por el sentido que le de el usuario de turno y por la carga valorativa que este posea. No es lo mismo un cuchillo en manos de un chef que en las manos de un delincuente.

Las concepciones sobre el lugar del hombre en la naturaleza en otras culturas difieren de la concepción occidental y moderna. Parece existir una visión compartida en diferentes culturas del hombre como ‘parte de’ la naturaleza. Desde esta mirada, no solo es parte de un orden, sino también posee el deber de mantener el frágil equilibrio del mismo. Las relaciones que se establecen antes que utilitarias (tomo todo aquello que me sirva) son mas bien recíprocas, buscando recibir y devolver aquello que brinda la naturaleza. Fernando Silva Santisteban grafica acertadamente esta relación en el mundo andino: “… el hombre andino se considera habitante de un mundo en común con los demás seres de la naturaleza y participa juntamente con ellos de su entorno de la vida y de los dones que le da la Mama Pacha. También junto con todos los demás esta animado de un profundo sentimiento de reciprocidad: siente que si algo recibe tiene que retribuirlo, sobretodo a quienes le dan la vida, lo protegen y le sirven de alimento. Mientras que en el hombre occidental esta relación es fría y desigual, en el hombre andino es cálida, reciproca y afectiva” (2)

¿Cual es el camino entonces en la construcción de una nueva relación del hombre con la naturaleza? La respuesta parece ser rescatar lo mejor de cada tradición: en el caso de la modernidad occidental, no olvidar que el fin es el desarrollo del hombre, pero no validando cualquier medio. La ciencia esta puesta a su servicio, pero no a costa de una naturaleza convertida en objeto y depredada de manera irracional. De las diferentes tradiciones culturales no occidentales, recoger el manejo equilibrado y sostenible de recursos, pero sin caer nuevamente en el determinismo y el sometimiento a los designios naturales. Un elemento más que puede conciliar ambas concepciones del mundo es la responsabilidad ética para un mundo que aunque nos pertenece, no es solo nuestro, ya que es también de los que vendrán más adelante, aunque todavía no estén aquí.

(1) Rosales Ortega, Maria del Roció. Modernidad, naturaleza y riesgo. En: bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/soto/Colaboraciones%20Ortega.pdf – (Última consulta: 8 de diciembre de 2008)
(2) Silva Santisteban, Fernando. Occidente y mundo andino. En http://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtualData/libros/Sociolog%C3%ADa/Anuario_Religion/occidente.pdf (Última consulta: 7 de diciembre de 2008)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Pasiones políticas


¿Son las ideas y la argumentación, construidas racionalmente, los elementos más importantes en la política? ¿Los partidos, movimientos, agrupaciones (cada una con sus características particulares) encuentran horizontes de sentido y realización exclusivamente en ellas? Y la ciudadanía ¿elige necesariamente la idea mejor sustentada, el plan más coherente, la propuesta más real? Esta es una visión de la actividad política que ha centrado su análisis de manera tradicional en las dimensiones racionales de la misma, sin reconocer otras igualmente valiosas como pueden ser, por ejemplo, las pasiones. Pero, ¿A que pasiones nos estamos refiriendo? ¿Cómo pueden relacionarse estas con la política? y ¿Cuan importante es recogerlas en la reflexión sobre el poder? Tratando de responder estas preguntas y, buscando además, suscitar otras, buscaremos adentrarnos en esta dimensión poco conocida y menos valorada de este aspecto del quehacer humano: la pasión en la política.

La pasión, en occidente, ha seguido un sendero tortuoso y, muchas veces, lleno de contradicciones y ambigüedades. La voz griega pathos, traducido literalmente como pasión, podía tomar varias acepciones: modos de persuasión (uso de los sentimientos humanos para afectar el juicio de un jurado o de un auditorio), desenfreno, desorden, tristeza, padecimiento, enfermedad. Con el transcurso del tiempo, el pathos (la pasión) que solía poseer varias definiciones, paso a entenderse principalmente como ‘enfermedad’. Ello implicaba, naturalmente, un cambio de mirada sobre las pasiones, antes concebidas como expresión legítima y natural del individuo, para pasar a convertirse en expresión desordenada, poco controlada, instintiva, que debía reprimirse a toda costa.

Como refiere Silvia Vegetti: “Si Aristóteles hablaba de ‘catarsis’, es decir, de purificación por medio del agotamiento de los furores pasionales, significa que en ellos hay algo impuro, sacrílego, que debe ser reconducido al espacio de la racionalidad y de la polis” (1) Las pasiones fueron desacreditas como expresión valida en el terreno de lo público y quedan sometidas, bajo severas restricciones, en muchos casos mediadas por la cultura, al ámbito de lo privado. Para Vegetti “…es significativo que la genealogía de nuestra civilización se organice predominantemente sobre el eje de la represión pasional, sobre la interiorización y el control de las emociones, contrapuesto a su expresión libre y espontánea”. (2)

Pero, estas expresiones desordenadas, instintivas, destructivas y disgregadoras ¿como se relacionan con lo político? ¿Donde podemos encontrarlas, sea como elaboración conciente o expresada de manera inconciente en los diferentes actores políticos? Los procesos electorales parecen ser un espacio especialmente rico en manifestaciones pasionales. La idea de cambio, que se desprende de muchas propuestas, se convierte también en sensación, en sentimiento, en condición. Esta lleva consigo un matiz esperanzador a los sufridos seguidores que creen ver en el representante la posibilidad de un mundo nuevo y más justo.

Hace poco menos de tres semanas, Barack Obama, presidente electo de los Estados Unidos, pronunciaba un discurso que apelaba no únicamente a recetas para enfrentar la crisis financiera o el descrédito mundial expresado en el unilateralismo que le hereda su antecesor. Sabía que las 65 000 personas congregadas en el Parque Grant de Chicago ÿ los millones que lo seguían por televisión e Internet, buscaban algo que vaya más allá de las soluciones para enfrentar la situación presente, un salto de la razón al sentimiento: “Estos son nuestros tiempos, para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad para nuestros pequeños; para restaurar la prosperidad y fomentar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental, que, de muchos, somos uno; que mientras respiremos tenemos esperanza. Y donde nos encontramos con escepticismo y dudas y aquellos que nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: Sí podemos.”(3)

La esperanza en política, aunque algo marchita por el paso del tiempo y de las promesas incumplidas, parece reverdecer con cada nueva elección. Esta sensación que el cambio es posible se manifiesta aún cuando el panorama puede ser sombrío y la realidad mas que complicada. Pero es, sin duda, una responsabilidad inmensa que se deposita en el nuevo ‘delegado del poder’. Es importante reconocer también que los sueños no cumplidos pueden generar nuevas pasiones, antagonistas de la esperanza: frustración, violencia, miedo, recelo. La época electoral, en particular, y la política, en general, parecen ser el espacio privilegiado donde es posible volver a creer o descreer. Sin embargo, la esperanza aunque puede alimentarse de diferentes maneras, termina siendo tributaria de una sensación de fondo: el cambio es posible.

(1) Vegetti, Silvia (1998) Introducción en Historia de las Pasiones. Bs. As. Ed. Losada. p. 11
(2) Ibid. p. 18
(3) En: http://www.lajornadanet.com/diario/archivo/2008/noviembre/6/2-2.html (Última consulta: 20 de Noviembre de 2008)

martes, 11 de noviembre de 2008

Nosotros y los ‘otros’


Una tendencia natural, en las sociedades de todo tiempo y lugar, ha sido concebir su modo de vida, sus costumbres, sus instituciones y sus creencias, es decir, su cultura, como el único válido frente a ‘otras’ maneras de concebir la vida en sociedad. Se asumía, conciente o inconcientemente, una superioridad implícita y casi natural al comparar ‘mi cultura’ frente a ‘otras’ formas de vida. Más allá de ese entorno, en el que cada individuo se mueve con la seguridad que brinda pertenecer a una determinada sociedad, lo que existía era concebido como inferior, atrasado, salvaje, desconocido, pero también peligroso.

Sin embargo, descubrir qué hay más allá, a pesar de toda la carga de prejuicios y estereotipos que recorrían los imaginarios de las sociedades autodenominadas como civilizadas, ha sido también una constante en la historia del hombre. Inicialmente a través de exploradores, aventureros, viajeros, misioneros, conquistadores, entre los más importantes. Todos ellos tenían en común esta fascinación por lo diferente, lo exótico, lo desconocido. Pero, es necesario precisar, era lo único que tenía en común este abanico diverso de personajes, ya que su inquietud tenía diferentes motivaciones. En algunos casos, la búsqueda del conocimiento para los científicos y exploradores era la fuerza que permita vencer los miedos. Para otros, la ambición por tesoros milenarios se transformada en obsesión, relativizando la idea de vida y muerte, tanto la del conquistador como la del conquistado. Extender la fe propia, entendida como la “verdadera”, era una tercera motivación que convertía la llegada al paraíso (junto con algunos intereses terrenales no tan santos), en un premio que justificaba las empresas más arriesgadas.

De estas tres motivaciones que acabamos de apreciar, es posible establecer también distintas maneras de relacionarnos con los portadores de un modo de vida diferente. Desde la búsqueda del conocimiento el ‘otro’ se convertía únicamente en objeto de estudio. Era aquel sobreviviente de un pasado milenario que se revelaba en el presente como una supervivencia memorable y digna de ser estudiada. Todas las manifestaciones, creencias, costumbres y formas de organización eran una imagen exótica, llamativa, aunque ya superada, asociada mecánicamente con un estado de desarrollo temprano del hombre. El explorador las comparaba con la sociedad de la que provenía, asumiendo que su modo de vida era cualitativamente superior respecto a aquel que observaba con casto interés científico y un cierto aire compasivo.

La segunda motivación implicaba, de manera similar que la anterior, una manera jerárquica y utilitaria de relacionarse con los grupos diferentes. La cultura distinta es valorada únicamente en función de la posesión de un bien de interés. Esta posesión es relativa, ya que por la fuerza o por otros medios, el poseedor termina siendo despojado de ella, bajo el supuesto que el nuevo dueño sabrá aprovechar de mejor manera los recursos. Probablemente la imagen que llegue a nosotros sea la de todas aquellas conquistas cuyo móvil estaba dado fundamentalmente por despojar de recursos a los ‘otros’. Me animo a preguntar que medida la extracción indiscriminada de recursos son una expresión actual de esta falacia que la encumbre y justifica: “Yo sabré utilizar mejor estos recursos que tú”.

Finalmente, reflexionemos sobre las motivaciones, no siempre apostólicas, de muchos misioneros. Bajo el supuesto de poseer la fe verdadera, muchos se empeñaron en extenderla, concibiendo que solo pudiera llegar la salvación a aquellos grupos mediante la conversión y el abandono de prácticas paganas que los habían mantenido sumidos en la ignorancia y la herejía. Anunciar la buena nueva se convertía en un ‘deber moral’ de aquellos a quienes se les había revelado la verdad, siendo su tarea inmediata extenderla por todo el mundo.

Naturalmente no son las únicas, pero posiblemente sean las motivaciones más importantes que han empujado a los hombres de muchas generaciones en este encuentro con el diferente. Sea como objeto de estudio, como poseedor inconciente de riqueza o como portador de una creencia equivocada, estas relaciones han estado teñidas, en mayor o menor grado, por estas imágenes donde las ideas de superioridad, verdad y redención se resumían en una visión dicotómica del mundo: ‘nosotros’ y los ‘otros’. Nosotros con la civilización, la modernidad, la ciencia y la verdad como características esenciales. Los otros con el salvajismo, la tradición, el mito y el atraso como condición, en algunos casos, irredimible.

Una pregunta final, que busca trascender esta visión dual del mundo y ayudar a superar los prejuicios que todos poseemos, en distintos niveles, en el encuentro con el diferente ¿Cual es aquella característica que, por encima de la diversidad existente, nos humaniza a todos? La idea de dignidad del hombre, como una característica universal que poseen todos los seres humanos, puede ser una clave desde la cual es posible construir comunidad en medio de la diversidad existente. Si hay algo que nos iguala es que todos somos valiosos, no por pertenecer a una u otra cultura, sino por el simple hecho de ser hombres.

lunes, 27 de octubre de 2008

Antropología de la corrupción II


La corrupción, retomando la reflexión del anterior artículo, parece abordarse exclusivamente desde tres ámbitos que ofrecen pocas posibilidades de analizarla en profundidad: lo económico (obstáculo frente al crecimiento y desarrollo), lo personal (motivaciones para obtener beneficio privado de un bien público) y lo normativo – universal (una solo manera de entenderla y afrontarla, a través de leyes y regulaciones). Los resultados, frente a esta concepción, no han sido precisamente efectivos y cada cierto tiempo acudimos a un nuevo hecho de corrupción que pone en tela de juicio los intentos más serios por abordarla. Veamos como, desde la antropología, se presentan argumentos contrarios a cada una de ellas.

Abordar la corrupción exclusivamente desde lo económico implica soslayar otras dimensiones igualmente importantes. Esta visión parte desde una concepción parcial de desarrollo, que privilegia exclusivamente el crecimiento macroeconómico en detrimento de otras dimensiones igualmente importantes, como el desarrollo humano y social. Desde esta perspectiva, la corrupción solo se convertirá en un problema en la medida que frene el comercio, las tasas de crecimiento o el PBI. Sin desconocer el peligro que representa la corrupción frente a los elementos del crecimiento económico antes mencionados, el reto parece ser abordar la corrupción como un “hecho social total”. Es decir, reconocer como afecta a toda la sociedad y como a través de la corrupción se vinculan diferentes prácticas e instituciones, no solo las de carácter económico

Desde lo individual, la antropología propone un concepto que puede reconocer mejor la estructuralidad del fenómeno: las redes sociales. Este es el concepto sociocultural más mencionado en los estudios sobre la corrupción en sociedades no occidentales. Para Huber: “La mayoría de estos países cuenta con un Estado demasiado indigente como para implementar programas sociales sostenibles para su población, que bien o mal tiene que recurrir a sus redes sociales para lograr un cierto nivel de estabilidad económica.” (1) Hablar de redes sociales implica reconocer que el fenómeno trasciende la dimensión individual y que es más bien sostenido y alentado por nexos poco visibles desde fuera y con una gran capacidad de adaptabilidad. Naturalmente, estas redes están unidas por motivaciones que trascienden lo personal, compartiendo símbolos, discursos y juicios de valor sobre lo que es válido o inválido en función de alcanzar los objetivos deseados. Es la transgresión, legitimada y premiada socialmente, que hace cada vez más relativos, moralmente, los medios para alcanzar los fines proyectados.

Desde la universalidad, la antropología pretende contextualizar el fenómeno desde su particularidad. Para ello, incorpora la variable cultura, que busca reconocer en la universalidad del fenómeno, sus características peculiares. “Lo que es considerado como corrupto desde un punto de vista (político, social, económico o moral), puede ser considerado como más o menos legítimo desde otro punto de vista. Puede darse un cierto grado de tolerancia ante formas de la corrupción que son consideradas como un mal necesario o inevitable” (2)

¿Como se relaciona la cultura peruana, en un sentido antropológico, es decir, como modo de vida, frente al respeto a la ley? ¿Qué motiva en los peruanos su respeto o transgresión en la vida cotidiana? ¿Qué tipo de complicidades encontramos cuando decidimos burlarla? ¿Qué clase de redes promueven, sostienen, alientan la corrupción? Estas preguntas no solo van dirigidas a las grandes mafias que operan de manera silenciosa, hasta verse descubiertos y negar cínicamente su responsabilidad. Van orientadas también a las “pequeñas corrupciones” que pasamos por alto, que forman parte del paisaje y cuya frecuencia las ha normalizado como procedimiento. No consideramos que estos actos, que pueden parecen poco importantes, puedan convertirse en una suerte de bola de nieve, que empieza muy pequeña, pero en cuyo camino va creciendo de manera insospechada, arrasando con todo a su paso, sin nada que se atreva a detenerla.

¿De que tamaño es la bola de nieve que formamos cada día en nuestra sociedad? Sin duda hay quienes contribuyen afanosamente en que crezca cada vez más, precisamente porque su sobrevivencia esta en estrecha relación con el tamaño de esta bola. Otros justifican sus pequeñas faltas bajo el argumento falaz que todo el mundo lo hace y ‘no pasa nada’. Una minoría la condena a viva voz, pero no logra establecer un compromiso político que conjugue esfuerzos para reconocerla y enfrentarla. Estos tres grupos muchas veces conviven en una relación simbiótica, a veces parasitaria, pero sin duda perversa. Y usted, amable lector, ¿en que grupo se reconoce?

(1) Huber, Ludwig. Hacia una interpretación antropológica de la corrupción. En: cies.org.pe/files/ES/bol66/06-huber.pdf (Última consulta: 20 de octubre de 2008)
(2) Pardo, Italo. En Ludwig Huber Op. Cit. P 24

sábado, 11 de octubre de 2008

Antropología de la corrupción


La corrupción nuevamente parece sacudir los cimientos de la institucionalidad en el país. Asistimos, otra vez, con una mezcla perversa de interés ciudadano y morbo criollo, a un nuevo escándalo que parece confirmar que la corrupción antes que una práctica excepcional en las distintas esferas de la vida publica y privada, se convierte en un procedimiento, en norma, en el modo como únicamente pueden funcionar ciertos sectores de la sociedad. Esta situación, puede enfrentarnos a más de un dilema ético: Nos adaptamos cínica y cómodamente a ella ó nos convertimos en una suerte de quijotes modernos, enfrentando indesmayablemente molinos de viento, aunque las posibilidades de resultar vencedores sean pocas.

La corrupción en nuestro país no es solo coyuntural, es especialmente histórica. Algunos investigadores (Alfonso Quiroz, Jeffrey Klaiber) reconocen una raíz colonial en ella, que se recrea en distintas etapas de nuestra historia. Julio Cotler la reconoce como una herencia colonial, identificando una frase en particular que parece resumir como hemos entendido la corrupción desde hace varios siglos: “Los encomenderos, corregidores, comerciantes ricos, escolásticos y hacendados resistían pasivamente la administración colonial, impidiendo así la aplicación de las erráticas disposiciones legales y compartiendo con los funcionarios las ventajas de ‘la ley se acata, pero no se cumple‘” (1)

Es importante reflexionar también sobre como abordamos el problema de la corrupción. Dos parecen ser lo errores que no permiten analizarla convenientemente, teniendo como consecuencia políticas parciales, sesgadas y con pocos resultados al momento de enfrentar el fenómeno.

El primero de los errores es no contextualizar la corrupción. Ello pasa por “ubicar el problema de la corrupción no como una actividad con expresiones idénticas y objetivas en todos los espacios, sino como una práctica social con variaciones locales y diacrónicas.”(2) Un mejor acercamiento a la corrupción implicaría incorporar la variable cultura en nuestro análisis. Algunas preguntas pueden ayudarnos en ello: ¿Cómo percibimos los peruanos la corrupción? ¿Cuáles son nuestros juicios de valor frente a ella? ¿La condenamos en público, pero la justificamos secretamente en privado?

Un segundo problema, al abordar la corrupción, es percibirla únicamente como un problema económico y social, no político. Es percibir la corrupción como: “…una disfunción institucional que aflora siempre y cuando las políticas económicas no son bien diseñadas, el nivel de educación es bajo, la sociedad civil subdesarrollada y la accountability del sector público débil. Como la corrupción es explicada con la actitud rentista de los funcionarios públicos, debe ser superada a través de la desregularización, es decir, mientras menos burocracia, menos corrupción.”(3) Un enfoque que no reconoce a la política y a la cultura política como elemento esencial para entender las causas de la corrupción y poder enfrentarlas de mejor manera. El tipo de enfoque que sugiere que un empleado mejor pagado tendrá menos motivos para recibir dinero de manera ilegal, cuando en la práctica podemos percibir que no necesariamente existe una relación de causalidad entre uno y otro.

Ludwing Huber parece encontrar las claves al abordar el fenómeno de la corrupción desde la antropología. Para Huber “Las interpretaciones antropológicas de la corrupción parten de la premisa que las definiciones normativas y legales que utilizan los estudios económicos son demasiado limitadas para explicar el fenómeno. En antropología, la corrupción es considerada una práctica social compleja con sus variaciones locales, donde se entremezclan prácticas como el nepotismo, el abuso de poder y la malversación de fondos públicos con estructuras particulares de reciprocidad y de poderes locales. Es decir, la corrupción no existe en el vacío social. Para entenderla hay que (re)contextualizarla.” (4)

¿Cómo podemos enfrentar al ‘monstruo’ si no lo conocemos? ¿Cuáles son sus debilidades y fortalezas? ¿En que medida nos escandalizamos con la gran corrupción, aquella que es filmada o grabada, pero tenemos una actitud tolerante y hasta justificativa con las transgresiones que podemos cometer con mayor o menor frecuencia en nuestra vida cotidiana? Para seguir pensando en un fenómeno cuya reflexión no debemos permitir que se convierta únicamente en una moda, hasta que otro hecho irrumpa en la escena súbitamente y desvíe la mirada de casi todos. Digo casi todos porque ya sabemos quienes trabajan, mientras los demás dormitan.

(1) Cotler, Julio (2006) Clases, Estado y Nación en el Perú. Lima: IEP. 1ª reimp. p. 69
(2) CIES (2007) Hacia una interpretación antropológica de la corrupción. En: Economía y Sociedad 66 p. 44
(3) Idem. p. 45
(4) Idem. p. 46

sábado, 4 de octubre de 2008

Los poderes invisibles



¿Quién tiene más poder en el país? ¿Quiénes lo acompañan en la lista? ¿Que otros liderazgos podemos reconocer y quienes lo encabezan en espacios no políticos, en un sentido tradicional del término? Estas y otras interrogantes busca responder la famosa Encuesta del Poder en el Perú, que anualmente Apoyo Publicaciones lleva a cabo. La edición 2008 de esta encuesta tuvo la particularidad de recoger no solo el punto de vista de los líderes de opinión, sino también del público general. (1)

Esta encuesta ratifica al Presidente Alan García y al Premier Jorge Del Castillo como los personajes públicos más poderosos en el país por tercer año consecutivo. Reconoce además otros personajes que destacan en sus respectivos sectores: Dionisio Romero (Empresarios), Mario Huamán (Líderes gremiales), Pedro Pablo Kuczynski (Economistas) y Mario Vargas Llosa (Intelectuales), entre los más importantes. Incluye otras preguntas interesantes, como ¿Qué peruanos deberían desempeñar en un papel más activo en la política en el futuro? donde Roque Benavides figura primero en la lista. Una segunda pregunta destacable es ¿Quiénes son los extranjeros (no residentes) con mayor influencia sobre el Perú? Adivinen, estimados lectores, ¿quien encabeza la lista? Efectivamente, Hugo Chávez, seguido de su ‘entrañable amigo’ George Bush. Finalmente, una pregunta que presentamos de manera combinada, ya que la persona elegida es la misma: ¿Quiénes son las personas que tienen mayor poder de desestabilización en el país? y ¿Qué peruanos deberían retirarse definitivamente de la política? Ollanta Humala ocupa el primer lugar de ambas, lugar privilegiado que difícilmente agradará al ex Comandante EP y líder del Partido Nacionalista.

Pero, ¿Qué tipo de poder mide esta encuesta? Aparentemente, el poder público, aquel que es reconocido por todos y cuyo ejercicio cotidiano refuerza la imagen que proyecta o busca proyectar. Sin embargo, ¿que hay de esos poderes invisibles, que precisamente tienen su mayor virtud en subyacer del conocimiento general, pero que se ejercen de manera cotidiana? Esos poderes permanentes e intocables, inmunes al sistema democrático y su clásica división de poderes.

Norberto Bobbio reflexiona sobre el tema y propone una división que busca medir el grado de visibilidad del poder: a) El gobierno como poder emergente (o público). b) El sub-gobierno, poder semicubierto (o semipúblico) c) El criptobobierno, poder cubierto (oculto). Respecto al subgobierno, Bobbio precisa: “A diferencia del poder legislativo y del poder ejecutivo tradicionales, el gobierno de la economía pertenece en gran parte a la esfera del poder invisible en cuanto escapa, si no formal si sustancialmente, al control democrático y al control jurisdiccional” (2) El criptogobierno hace referencia al poder oculto y el conjunto de acciones que realizan contra el Estado: el terrorismo, por ejemplo.

Sinesio López también reflexiona sobre la visibilidad del poder: “Junto a los poderes visibles del Estado, existe un poder invisible que, obviamente, la gente común y corriente no lo percibe, pero que funciona y decide sobre las cosas más importantes del país y de la vida de los ciudadanos: decisiones de inclusión y exclusión política, formas de apertura política, políticas económicas, tipos de políticas sociales.” (3)

¿Cuanto del poder que parecen reflejar los 10 más poderosos que nos presenta la encuesta es real o más bien aparente? Es decir, son ellos los que efectivamente toman las decisiones o su capacidad más bien radica en adaptarlas a los grandes procesos económicos, sociales y culturales que trae consigo la globalización, fenómeno que, entre otras cosas, cuestiona el concepto de soberanía que era esencial para entender a los Estados decimonónicos, no los modernos. ¿Que hay de aquellos poderes invisibles que menciona Bobbio? ¿Qué pasa con las burocracias, el poder económico, las élites sociales, las FF.AA?

Estas son algunas dudas que puede dejar la tan comentada encuesta del poder en el Perú. Sin duda recoge la mirada de un importante número de líderes de opinión y sus percepciones sobre el ejercicio del poder en nuestro país. Sin embargo, muchas veces el poder real parece estar depositado en quienes no aparecen en estas encuestas, pero cuyas decisiones nos afectan a todos en mayor o menor grado. La habilidad de estos grupos parece ser mantenerse en el anonimato y dejar que otros se lleven el crédito o descrédito de sus aciertos o errores. El principio democrático de soberanía popular parece diluirse frente a los poderes fácticos, menos visibles, pero sin duda más efectivos.

(1) En: www.elpoderenelperu.com (Última consulta: 30 de setiembre de 2008)
(2) Yturbe, Corina (2001) Pensar la democracia: Norberto Bobbio. México: UNAM
(3) López, Sinesio. El Estado en el Perú de hoy. En: http://blog.pucp.edu.pe/item/21448 (Última consulta: 2 de octubre de 2008)

lunes, 22 de septiembre de 2008

Contradicciones Peruanas


Hace pocos días el Instituto de Opinión Pública de la PUCP (IOP – PUCP) publicó una nueva encuesta (1) que permite, de alguna manera, medir la temperatura política y el sentir ciudadano, ahora que ingresamos a la última tercera parte del año. Los medios de comunicación han insistido particularmente en un nuevo descenso de la popularidad presencial (19 % de aprobación) la misma que viene cayendo de manera sostenida desde hace varios meses, salvo pequeños saltos en la aprobación explicados por sucesos de carácter coyuntural, como por ejemplo, el ALC-UE de mayo pasado. No comentamos la aprobación en el sur, que según la misma fuente, no llega a los dos dígitos hace mucho tiempo.

Otro elemento interesante, frente a la incansable opinión de muchos analistas, es que la oposición ‘no estaba muerta’. Lideres como Lourdes Flores, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Keiko Fujimori han crecido en su aceptación de manera considerable. Incluso Ollanta Humala registra una aprobación en Lima de 21 % y a nivel nacional 26 %, siendo nuevamente el sur su bastión más fuerte con una aprobación de 43 %. De momento sería atrevido establecer una relación de causalidad entre la baja aprobación presidencial en las encuestas y esta ‘resurrección’ de los líderes opositores. Sin embargo, es pertinente mencionar que la presencia de la oposición en el escenario político de nuestro país, con todos sus matices y motivaciones, es saludable en la medida que contribuye en reconocer a la democracia como disenso y concertación permanente.

Pero la información que trae el IOP – PUCP va mas allá de medir aprobaciones, sean presidenciales u opositoras. En la encuesta nuevamente hemos podido reconocer constantes no solo políticas, sino al parecer históricas en nuestro devenir como nación. Particularmente tres de ellas han llamado nuestra atención, como contradicciones que al parecer ya forman parte de nuestra cultura política.

La primera de ellas tiene que ver con la pregunta ¿Qué tan satisfecho se encuentra Ud. con el funcionamiento de la democracia? Al menos 2/3 de los encuestados manifiestan encontrarse insatisfechos o muy insatisfechos. Hasta allí este dato no haría más que reafirmar el descontento de la ciudadanía con este sistema político que no parece resolverle los problemas. Sin embargo, el problema viene mas adelante al preguntar sobre el sistema político con el que esta de más de acuerdo, donde un apreciable 55 % responde que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno.

La segunda podemos encontrarla al medir las percepciones ciudadanas frente al rol del Estado en la economía. Un apreciable 48 % considera que se debe promover una mayor participación del Estado en la economía como única forma que el país avance. Este porcentaje se incrementa de modo considerable en el sur del país (57 %) y en el oriente (57 %). El viejo modelo del Estado que interviene a nivel económico y productivo parece irrumpir desde la percepción ciudadana, frente al modelo de Estado que tenemos ahora, que más bien promueve las inversiones, dejando al sector privado la tarea de generar riqueza. ¿Esta demanda por mayor presencia del Estado en la economía puede leerse desde la insatisfacción ciudadana frente a un crecimiento poco equitativo buscando en el Estado la tarea de redistribuir o puede concebirse como una mirada que los sectores modernos calificarían de anacrónica respecto al rol del Estado en el S. XXI?

Finalmente, en esta línea de contradicciones, las preguntas referidas a la economía familiar resultan particularmente reveladores. Comparando su situación económica respecto de hace 12 meses, los peruanos la conciben mayoritariamente como algo peor o mucho peor (44 %). Sin embargo, frente a la pregunta ¿Cómo cree que estará dentro de 12 meses? el optimismo parece nuevamente ganar espacio y 36 % concibe que mejorará mucho o algo. ¿Como caracterizar estos cambios repentinos, que pasan del pesimismo crítico a la confianza esperanzadora? ¿De alguna manera se ha instalado en el imaginario colectivo esta división temporal permanente que concibe al pasado como oprobioso y al futuro como incierto pero posible?

Los sociólogos definen las encuestas como “fotografías del momento”. En nuestro caso, estas fotografías, puestas una junto a otra en una fila casi interminable, parecen revelar, con cifras y actores diferentes, pero con tendencias permanentes, ese carácter cambiante e impredecible que parece definir a los peruanos. La clase política las reconoce en la medida que les beneficia y las relativiza cuando sus números no les son favorables. Sin embargo, estas contradicciones que encontramos con frecuencia pueden ser tan solo el reflejo de una cultura política que apenas estamos empezando a conocer.

(1) La versión completa de la encuesta la puede encontrar en: http://www.pucp.edu.pe/iop/ (Última consulta: 19 de setiembre de 2008)