martes, 11 de noviembre de 2008

Nosotros y los ‘otros’


Una tendencia natural, en las sociedades de todo tiempo y lugar, ha sido concebir su modo de vida, sus costumbres, sus instituciones y sus creencias, es decir, su cultura, como el único válido frente a ‘otras’ maneras de concebir la vida en sociedad. Se asumía, conciente o inconcientemente, una superioridad implícita y casi natural al comparar ‘mi cultura’ frente a ‘otras’ formas de vida. Más allá de ese entorno, en el que cada individuo se mueve con la seguridad que brinda pertenecer a una determinada sociedad, lo que existía era concebido como inferior, atrasado, salvaje, desconocido, pero también peligroso.

Sin embargo, descubrir qué hay más allá, a pesar de toda la carga de prejuicios y estereotipos que recorrían los imaginarios de las sociedades autodenominadas como civilizadas, ha sido también una constante en la historia del hombre. Inicialmente a través de exploradores, aventureros, viajeros, misioneros, conquistadores, entre los más importantes. Todos ellos tenían en común esta fascinación por lo diferente, lo exótico, lo desconocido. Pero, es necesario precisar, era lo único que tenía en común este abanico diverso de personajes, ya que su inquietud tenía diferentes motivaciones. En algunos casos, la búsqueda del conocimiento para los científicos y exploradores era la fuerza que permita vencer los miedos. Para otros, la ambición por tesoros milenarios se transformada en obsesión, relativizando la idea de vida y muerte, tanto la del conquistador como la del conquistado. Extender la fe propia, entendida como la “verdadera”, era una tercera motivación que convertía la llegada al paraíso (junto con algunos intereses terrenales no tan santos), en un premio que justificaba las empresas más arriesgadas.

De estas tres motivaciones que acabamos de apreciar, es posible establecer también distintas maneras de relacionarnos con los portadores de un modo de vida diferente. Desde la búsqueda del conocimiento el ‘otro’ se convertía únicamente en objeto de estudio. Era aquel sobreviviente de un pasado milenario que se revelaba en el presente como una supervivencia memorable y digna de ser estudiada. Todas las manifestaciones, creencias, costumbres y formas de organización eran una imagen exótica, llamativa, aunque ya superada, asociada mecánicamente con un estado de desarrollo temprano del hombre. El explorador las comparaba con la sociedad de la que provenía, asumiendo que su modo de vida era cualitativamente superior respecto a aquel que observaba con casto interés científico y un cierto aire compasivo.

La segunda motivación implicaba, de manera similar que la anterior, una manera jerárquica y utilitaria de relacionarse con los grupos diferentes. La cultura distinta es valorada únicamente en función de la posesión de un bien de interés. Esta posesión es relativa, ya que por la fuerza o por otros medios, el poseedor termina siendo despojado de ella, bajo el supuesto que el nuevo dueño sabrá aprovechar de mejor manera los recursos. Probablemente la imagen que llegue a nosotros sea la de todas aquellas conquistas cuyo móvil estaba dado fundamentalmente por despojar de recursos a los ‘otros’. Me animo a preguntar que medida la extracción indiscriminada de recursos son una expresión actual de esta falacia que la encumbre y justifica: “Yo sabré utilizar mejor estos recursos que tú”.

Finalmente, reflexionemos sobre las motivaciones, no siempre apostólicas, de muchos misioneros. Bajo el supuesto de poseer la fe verdadera, muchos se empeñaron en extenderla, concibiendo que solo pudiera llegar la salvación a aquellos grupos mediante la conversión y el abandono de prácticas paganas que los habían mantenido sumidos en la ignorancia y la herejía. Anunciar la buena nueva se convertía en un ‘deber moral’ de aquellos a quienes se les había revelado la verdad, siendo su tarea inmediata extenderla por todo el mundo.

Naturalmente no son las únicas, pero posiblemente sean las motivaciones más importantes que han empujado a los hombres de muchas generaciones en este encuentro con el diferente. Sea como objeto de estudio, como poseedor inconciente de riqueza o como portador de una creencia equivocada, estas relaciones han estado teñidas, en mayor o menor grado, por estas imágenes donde las ideas de superioridad, verdad y redención se resumían en una visión dicotómica del mundo: ‘nosotros’ y los ‘otros’. Nosotros con la civilización, la modernidad, la ciencia y la verdad como características esenciales. Los otros con el salvajismo, la tradición, el mito y el atraso como condición, en algunos casos, irredimible.

Una pregunta final, que busca trascender esta visión dual del mundo y ayudar a superar los prejuicios que todos poseemos, en distintos niveles, en el encuentro con el diferente ¿Cual es aquella característica que, por encima de la diversidad existente, nos humaniza a todos? La idea de dignidad del hombre, como una característica universal que poseen todos los seres humanos, puede ser una clave desde la cual es posible construir comunidad en medio de la diversidad existente. Si hay algo que nos iguala es que todos somos valiosos, no por pertenecer a una u otra cultura, sino por el simple hecho de ser hombres.

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