miércoles, 10 de diciembre de 2008

El hombre y la naturaleza


Hace pocos días, una noticia llamó poderosamente mi atención. Debido al agotamiento de la represa Pillones y al retraso de las lluvias de temporada, Arequipa se quedaría sin agua en pocos meses. Me preguntaba por el impacto que podría haber causado la mencionada noticia en la ciudadanía arequipeña, además de la preocupación natural por una situación en la que el hombre parece tener escasa capacidad de agencia. Sin embargo, una pregunta de fondo, que aparecía de manera insistente, estaba orientada a la relación entre el hombre y la naturaleza: ¿Cuándo empezó este divorcio perverso entre ambos y que se manifiesta en noticias como las que inspiran este artículo?

La modernidad parece ser un punto de partida de este quiebre. Esta época marca en la humanidad el inicio indetenible del avance científico. Los antiguos lazos que eran la religión y la tradición, que parecían tener maniatado al hombre, finalmente pueden desatarse y transformarse en ciencia y tecnología. El hombre, antes condenado a vivir y morir en un mundo ‘ya dado y sin posibilidad de cambio’, irrumpe en la historia y transforma el orden de la cosas, un orden considerado obsoleto y oscuro. En este nuevo orden, el ser humano se coloca por encima de todas las cosas que se convierten, de manera inmediata, en medios necesarios para lograr su desarrollo, ahora concebido como posible y deseable. Desde esta concepción antropocéntrica, la naturaleza esta a su servicio y es, de alguna manera, desacralizada. Deja de poseer un carácter intangible para convertirse en insumo del progreso.

Como refiere Maria Rosales “En las culturas premodernas, incluso en las grandes civilizaciones, los seres humanos se percibían a sí mismos esencialmente como entes estrechamente relacionados con la naturaleza, por lo cual las vidas humanas estaban unidas a los caprichos de esta, es decir, a la disponibilidad de fuentes naturales de subsistencia o a la abundancia o escasez de cosechas y animales de pastoreo, así como al impacto de los desastres naturales. El industrialismo trastoca de manera profunda la percepción del hombre sobre el mundo que lo rodea, al descubrir que ya no coexiste ‘dentro’ de la naturaleza, sino que ahora puede existir ‘sobre’ ella.” (1) Es el paso del determinismo ambiental, en el que el hombre esta sometido a los designios de la naturaleza y a la idea de ‘fortuna’, al control de la naturaleza, con ese instrumento recién descubierto y de posibilidades infinitas: la ciencia. Sin embargo, muchas veces olvidamos el carácter instrumental de la ciencia. Es decir, su uso está definido por el sentido que le de el usuario de turno y por la carga valorativa que este posea. No es lo mismo un cuchillo en manos de un chef que en las manos de un delincuente.

Las concepciones sobre el lugar del hombre en la naturaleza en otras culturas difieren de la concepción occidental y moderna. Parece existir una visión compartida en diferentes culturas del hombre como ‘parte de’ la naturaleza. Desde esta mirada, no solo es parte de un orden, sino también posee el deber de mantener el frágil equilibrio del mismo. Las relaciones que se establecen antes que utilitarias (tomo todo aquello que me sirva) son mas bien recíprocas, buscando recibir y devolver aquello que brinda la naturaleza. Fernando Silva Santisteban grafica acertadamente esta relación en el mundo andino: “… el hombre andino se considera habitante de un mundo en común con los demás seres de la naturaleza y participa juntamente con ellos de su entorno de la vida y de los dones que le da la Mama Pacha. También junto con todos los demás esta animado de un profundo sentimiento de reciprocidad: siente que si algo recibe tiene que retribuirlo, sobretodo a quienes le dan la vida, lo protegen y le sirven de alimento. Mientras que en el hombre occidental esta relación es fría y desigual, en el hombre andino es cálida, reciproca y afectiva” (2)

¿Cual es el camino entonces en la construcción de una nueva relación del hombre con la naturaleza? La respuesta parece ser rescatar lo mejor de cada tradición: en el caso de la modernidad occidental, no olvidar que el fin es el desarrollo del hombre, pero no validando cualquier medio. La ciencia esta puesta a su servicio, pero no a costa de una naturaleza convertida en objeto y depredada de manera irracional. De las diferentes tradiciones culturales no occidentales, recoger el manejo equilibrado y sostenible de recursos, pero sin caer nuevamente en el determinismo y el sometimiento a los designios naturales. Un elemento más que puede conciliar ambas concepciones del mundo es la responsabilidad ética para un mundo que aunque nos pertenece, no es solo nuestro, ya que es también de los que vendrán más adelante, aunque todavía no estén aquí.

(1) Rosales Ortega, Maria del Roció. Modernidad, naturaleza y riesgo. En: bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/soto/Colaboraciones%20Ortega.pdf – (Última consulta: 8 de diciembre de 2008)
(2) Silva Santisteban, Fernando. Occidente y mundo andino. En http://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtualData/libros/Sociolog%C3%ADa/Anuario_Religion/occidente.pdf (Última consulta: 7 de diciembre de 2008)

No hay comentarios: