sábado, 11 de octubre de 2008

Antropología de la corrupción


La corrupción nuevamente parece sacudir los cimientos de la institucionalidad en el país. Asistimos, otra vez, con una mezcla perversa de interés ciudadano y morbo criollo, a un nuevo escándalo que parece confirmar que la corrupción antes que una práctica excepcional en las distintas esferas de la vida publica y privada, se convierte en un procedimiento, en norma, en el modo como únicamente pueden funcionar ciertos sectores de la sociedad. Esta situación, puede enfrentarnos a más de un dilema ético: Nos adaptamos cínica y cómodamente a ella ó nos convertimos en una suerte de quijotes modernos, enfrentando indesmayablemente molinos de viento, aunque las posibilidades de resultar vencedores sean pocas.

La corrupción en nuestro país no es solo coyuntural, es especialmente histórica. Algunos investigadores (Alfonso Quiroz, Jeffrey Klaiber) reconocen una raíz colonial en ella, que se recrea en distintas etapas de nuestra historia. Julio Cotler la reconoce como una herencia colonial, identificando una frase en particular que parece resumir como hemos entendido la corrupción desde hace varios siglos: “Los encomenderos, corregidores, comerciantes ricos, escolásticos y hacendados resistían pasivamente la administración colonial, impidiendo así la aplicación de las erráticas disposiciones legales y compartiendo con los funcionarios las ventajas de ‘la ley se acata, pero no se cumple‘” (1)

Es importante reflexionar también sobre como abordamos el problema de la corrupción. Dos parecen ser lo errores que no permiten analizarla convenientemente, teniendo como consecuencia políticas parciales, sesgadas y con pocos resultados al momento de enfrentar el fenómeno.

El primero de los errores es no contextualizar la corrupción. Ello pasa por “ubicar el problema de la corrupción no como una actividad con expresiones idénticas y objetivas en todos los espacios, sino como una práctica social con variaciones locales y diacrónicas.”(2) Un mejor acercamiento a la corrupción implicaría incorporar la variable cultura en nuestro análisis. Algunas preguntas pueden ayudarnos en ello: ¿Cómo percibimos los peruanos la corrupción? ¿Cuáles son nuestros juicios de valor frente a ella? ¿La condenamos en público, pero la justificamos secretamente en privado?

Un segundo problema, al abordar la corrupción, es percibirla únicamente como un problema económico y social, no político. Es percibir la corrupción como: “…una disfunción institucional que aflora siempre y cuando las políticas económicas no son bien diseñadas, el nivel de educación es bajo, la sociedad civil subdesarrollada y la accountability del sector público débil. Como la corrupción es explicada con la actitud rentista de los funcionarios públicos, debe ser superada a través de la desregularización, es decir, mientras menos burocracia, menos corrupción.”(3) Un enfoque que no reconoce a la política y a la cultura política como elemento esencial para entender las causas de la corrupción y poder enfrentarlas de mejor manera. El tipo de enfoque que sugiere que un empleado mejor pagado tendrá menos motivos para recibir dinero de manera ilegal, cuando en la práctica podemos percibir que no necesariamente existe una relación de causalidad entre uno y otro.

Ludwing Huber parece encontrar las claves al abordar el fenómeno de la corrupción desde la antropología. Para Huber “Las interpretaciones antropológicas de la corrupción parten de la premisa que las definiciones normativas y legales que utilizan los estudios económicos son demasiado limitadas para explicar el fenómeno. En antropología, la corrupción es considerada una práctica social compleja con sus variaciones locales, donde se entremezclan prácticas como el nepotismo, el abuso de poder y la malversación de fondos públicos con estructuras particulares de reciprocidad y de poderes locales. Es decir, la corrupción no existe en el vacío social. Para entenderla hay que (re)contextualizarla.” (4)

¿Cómo podemos enfrentar al ‘monstruo’ si no lo conocemos? ¿Cuáles son sus debilidades y fortalezas? ¿En que medida nos escandalizamos con la gran corrupción, aquella que es filmada o grabada, pero tenemos una actitud tolerante y hasta justificativa con las transgresiones que podemos cometer con mayor o menor frecuencia en nuestra vida cotidiana? Para seguir pensando en un fenómeno cuya reflexión no debemos permitir que se convierta únicamente en una moda, hasta que otro hecho irrumpa en la escena súbitamente y desvíe la mirada de casi todos. Digo casi todos porque ya sabemos quienes trabajan, mientras los demás dormitan.

(1) Cotler, Julio (2006) Clases, Estado y Nación en el Perú. Lima: IEP. 1ª reimp. p. 69
(2) CIES (2007) Hacia una interpretación antropológica de la corrupción. En: Economía y Sociedad 66 p. 44
(3) Idem. p. 45
(4) Idem. p. 46

1 comentario:

Sociologo dijo...

www.doctoradosbamba.blogspot.com
corrupcion en la facultad de ciencias sociales y la unsa.