sábado, 20 de diciembre de 2014

Cuando no, los éticos

La frase que titula y motiva este artículo la recogí de un grupo de comentarios a partir de una campaña en la Universidad San Agustín que busca promover el voto nulo en las recientes elecciones estudiantiles para elegir los tercios (en Asamblea Universitaria, Consejo Universitario y Consejo de Facultad). Estas elecciones son muy importantes porque son estos estudiantes, que representan la tercera parte de las instancias mencionadas (por ello de lo tercio), quienes elegirán Rector, Decanos, Directores de Escuela el año que viene en la casa agustina. El malestar se genera a partir de la inscripción para competir, en una de las facultades del área de sociales, de una sola lista y el argumento que se desliza de esta situación es que no podemos hablar de elecciones cuando precisamente no es posible elegir. Se elige entre varios, no a partir de una sola opción.
Esta campaña ha llegado a las redes sociales y uno de los post (publicación) colgados en Facebook que invitaba a sumarse a esta campaña, recoge este comentario casi solitario: “Cuando no, los éticos”. Los otros comentarios se aúnan a la campaña y critican no solo esta situación poco feliz a la que ha llegado la política universitaria, sino también desarrollan una crítica contra el sistema electoral y sus actores más importantes. Volviendo a este breve comentario, al que casi nadie dio importancia, es importante resaltar que encierra una de las claves para entender el tipo de convivencia que hemos construido en la sociedad actual, nuestra relación con la política actual y el tipo de discurso que un grupo de personas ha construido sobre la ética.
La sociedad humana es diversa. Sin embargo esta diversidad, que puede ser percibida desde las ciencias sociales como una riqueza, en la práctica muchas veces es fuente de conflicto, disputa, imposición y hegemonía de aquel grupo que logra imponer sus intereses, al menos temporalmente. ¿Cómo convivir en una sociedad tan heterogénea, donde cada grupo parece estar consciente y defender tan solo de sus intereses, olvidando los de los demás? La ética nos da una clave a través de la tolerancia, pero incluso la tolerancia, desde la perspectiva de algunos filósofos modernos, puede tener dos cargas: positiva y negativa. La tolerancia negativa es aquella que coloquialmente podemos definir como “aguante”, resignación, estoicismo frente a una situación que no podemos cambia y frente a la cual no nos queda otra opción que aceptarla pacientemente. La tolerancia positiva es más bien aquella que va más allá de la resignación sufrida y se refiere al respeto y aceptación de las diferencias a nivel individual o colectivo. Es decir, las diferencias en el seno de una comunidad antes que una amenaza o fuente potencial de conflicto, se convierten en una posibilidad de ir construyendo una mejor sociedad, donde los individuos o colectivos que representan esta diversidad tengan cabida en una sociedad más tolerante, pero no como “aguante”, sino a partir del reconocimiento de derechos antes negados o postergados.
¿Cómo se relaciona la tolerancia como la política actual? La diversidad de la sociedad encuentra en la política no solo el ansiado espacio de representación, además, aquellos grupos antes postergados reconocen en el espacio político la posibilidad que sus demandas, sus deseos, sus sueños puedan ser gestionados civilizadamente. Es decir, la confrontación, la violencia, el enfrentamiento no es el único camino para hacerme escuchar y lograr mis objetivos, sino existen un conjunto de procedimientos democráticos no solo para hacer visible mí diferencia, además, para convertirla en derecho. La discusión contemporánea entre liberales y comunitaristas tienen que ver con que el reconocimiento de derechos colectivos (postura comunitarista) implica una negación del principio de igualdad ante la ley (postura liberal). Por ejemplo, el derecho de una comunidad a educarse en su lengua materna (quechua, aymara u otra) y las políticas públicas que se desarrollen para cumplir con este derecho significaría una suerte de discriminación que rompe con esta suerte de igualitarismo abstracto de una república fundada sobre principios liberales.
Ahora bien, estos derechos que no solo reconocen el derecho a la diferencia, sino que, desarrollan un conjunto de acciones que desde el Estado atienden estas necesidades postergadas históricamente, tienen un importante componente ético. Y es que la ética no son solo preguntas interminables, es especialmente una crítica al tipo de moralidad predominante en una sociedad y en qué medida esta contribuye a mejorar la convivencia dentro de la misma. Convivencia que tiene que enfrentar no solo la diversidad, sino debe ir proponiendo las mejores maneras de gestionar la diferencia y convertirle en fuente potencial de desarrollo. Es decir, los individuos y colectivos pertenecientes a una sociedad sientan que aquello que los diferencia no significa una carga, una barrera en el camino de su desarrollo. Es más bien una particularidad que es respetada y aceptada. 

Finalmente, los éticos (y la ética misma) son muchas veces incómodos (que es la sensación que parece deslizar el comentario que motiva este artículo), porque se hacen las preguntas que nadie quiere hacerse y proponen las alternativas que pocos quieren seguir. Nos invitan a pensar en la diversidad, en la política, en los derechos y en la convivencia, pero en una clave distinta. Los éticos nos animan a considerar que las cosas no son “necesariamente” de una manera, sino que es posible pensar en que pueden ser diferentes.

No hay comentarios: