Estamos
muy cerca de celebrar un nuevo aniversario patrio y cumplir 192 años de vida
republicana. Sin embargo, muchas preguntas siguen despertando el interés tanto
de investigadores como de ciudadanos que observan críticamente nuestra
sociedad. Una de estas preguntas tiene que ver con los procesos de construcción
nacional que llegaron con la independencia y como estos, en el caso del Perú,
han seguido sendas diversas, incluyentes en algunos casos (esta progresiva
inclusión de ciudadanía en nuestra historia), excluyentes en otros (el idioma o
la tradición cultural en que medida sigue estableciendo categorías entre los
peruanos). Sin embargo, sugiero que partamos de una pregunta que parece
sencilla, pero en realidad es bastante compleja: ¿Qué es la nación?
Una
de las respuestas más completas la propone el filósofo mexicano Luís Villoro,
quien afirma que nación es un grupo humano que debe cumplir 4 características: ser
una comunidad de cultura, tener sentido de pertenencia, vínculos con un
territorio determinado y poseer un proyecto común. Veamos cada una de ellas.
Una comunidad de cultura significa que la nación no es un simple agregado de
individuos (como algunos liberales en algún momento quisieron entenderlo) sin
historia y sin rasgos que los distingan de otras comunidades. Precisamente esta
comunidad tiene en común varios elementos que la hacen particular: idioma,
historia, tradiciones, valores compartidos, etc. Este conjunto de elementos
compartidos nos pueden llevar a la segunda característica que propone Villoro
que tiene que ver con el sentido de pertenencia. Antiguamente, el lugar de
nacimiento condicionaba este sentido y era excluyente. Ahora, se ha llegado a
la conclusión que este sentido no esta determinado por el lugar donde uno nació,
sino también es posible construirlo. Pensemos en aquellas personas que hicieron
patria en un lugar distinto al que nacieron. Desde la propuesta de Villoro
ellos también forman parte de la nación.
Toda
nación debe tener vínculos con un territorio determinado, ya que este no es
solo un espacio material que se ocupa y permite desarrollar una serie de
actividades. Es también fuente de identidad, relación con el pasado, patrimonio
heredado y proyección al futuro. Villoro menciona como excepción al pueblo
palestino, que si bien por razones políticas no cuenta con un territorio
soberano, su lucha desde hace varias décadas tiene con fin poder poseerlo. Finalmente
una nación también es proyecto común y compartido. La nación permite vincular
mi proyecto individual con otro más grande que tiene que ver con el colectivo.
Es la posibilidad de proyectarnos en el futuro y reconocernos en ese escenario,
no solo como testigos pasivos, sino como actores protagónicos y comprometidos.
Ahora
bien, veamos nuestro caso. ¿Somos una comunidad de cultura? Pues aunque existen
elementos, símbolos, tradiciones que tienen carácter nacional (idioma castellano,
la bandera nacional, el deporte) también existen manifestaciones culturales que
aunque no tengan este carácter nacional, tienen una fuerte presencia regional y
siguen siendo fuente de sentido en estas comunidades. Estas identidades
regionales también se expresan en un sentido de pertenencia, es decir, no solo
me identifico con esta comunidad más grande llamada Perú, también desarrollo
vínculos muy fuertes con mi región, mi provincia, mi comunidad, incluso de
manera especial en aquellas a las que el Estado históricamente les ha dado la
espalda.
Los
vínculos con el territorio son claves para entender la existencia de
comunidades indígenas, pueblos nativos, que valoran su territorio no solo como
una fuente inagotable de recursos que les permiten vivir (o en algunos casos
sobrevivir), es también la tierra de sus ancestros, la base de su organización
social, el lugar donde han nacido y donde pasaran a vivir en comunión con la
naturaleza. Esta racionalidad, como hemos observado en reiteradas ocasiones, ha
generado desencuentros con esa otra racionalidad de algunas autoridades, antropocéntrica
y utilitarista, que instrumentaliza la naturaleza y el territorio y lo
convierte en un producto que se puede comprar y vender.
Finalmente
el proyecto compartido es la gran pregunta que podemos hacernos los peruanos.
¿Hemos logrado tener un proyecto de nación? ¿Pudimos ponerlo en marcha?
¿Quiénes lo propusieron? ¿Incluía a “todos” los peruanos? ¿Reconocía estas
diferencias culturales? Desde hace mas de veinte años, el proyecto que nadie
parece discutir (aunque ello no lo hace necesariamente compartido) tiene que ver
con el modelo económico que no se cuestiona, que ha dado resultados, pero que
sin duda puede ser mejor y debe complementarse con otras dimensiones también
importantes en la marcha de toda nación: la dimensión social, cultural,
ciudadana y política. ¿Es posible pensar en un proyecto que no solo convoque,
inspire, anime e impulse nuestras capacidades que vaya más allá de lo
económico? ¿Un proyecto que no solo reconozca la diferencia, sino especialmente
el ‘derecho a la diferencia’ a estas pequeñas naciones que existen dentro de
una mas grande? Han pasado casi 200 años, es hora de hacer la tarea.
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