domingo, 22 de febrero de 2009

El espejo de Evo


Hace casi dos semanas, el presidente boliviano Evo Morales promulgó una nueva Constitución política. La carta busca refundar el país a partir de valores tan caros como ausentes en muchas sociedades latinoamericanas: igualdad, justicia y dignidad. Sin embargo, el camino no ha sido nada fácil. Solo después de 3 años de marchas y contramarchas se aprobó mediante referendo un texto que parecía condenado desde su nacimiento, en medio de un país que parece enfrentar de manera permanente el fantasma de una escisión territorial. Este artículo busca detenerse y problematizar en algunos aspectos que menciona la nueva Carta Magna boliviana que pueden ser pertinentes para pensar también en nuestro país y en aquellos problemas que podemos compartir con la sociedad boliviana: la igualdad en medio de la diferencia y la inclusión de aquellos que han sido marginados secularmente.

Partamos por la nueva definición del Estado boliviano: “Estado unitario social de derecho plurinacional comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías.” Solo nos detendremos en dos elementos de esta retahíla de definiciones. Al hablar de Estado plurinacional se pretende enfrentar una de las debilidades con las que nacen los estados decimonónicos en nuestras sociedades y esta es reconocer la existencia de dos o más naciones bajo una misma forma de administración. El viejo modelo Estado – nación parece insuficiente frente a la diversidad cultural y étnica, siendo el reconocimiento de esta pluralidad de naciones el primer paso en la construcción de un Estado moderno, atento a las diferencias.

Pero este reconocimiento no es tan sencillo. Implica un conjunto de políticas que desde el aparato gubernamental deben ponerse en marcha para que este reconocimiento no sea únicamente expresión de un deseo para pasar a convertirse en realidad palpable. De este modo el Estado boliviano asume un rol protagónico en la preservación, desarrollo, protección y difusión de las culturas existentes en el país. Dos parecen ser las preguntas que se desprenden de esta pretensión: ¿Cómo será posible asumir esta tarea? y ¿en que medida el Estado no terminará discriminando a algunas culturas en su afán de promover y proteger otras?

Una segunda definición que llama nuestra atención en particular es la “intercultural”. La interculturalidad nos habla de “encuentro entre culturas”, pero no de una manera tradicional en la que una (hegemónica) termina imponiéndose a otra (sometida, subalterna). Este encuentro lleva más bien una carga valorativa particular que nos habla de respeto, tolerancia y comprensión entre individuos pertenecientes a culturas diferentes. La interculturalidad parece convertirse entonces en la clave para resolver viejos lastres como la discriminación, la exclusión, el racismo y la segregación.

Las políticas interculturales han sido implementadas tradicionalmente desde dos sectores en especial: la educación y la salud. No obstante, la búsqueda del nuevo texto constitucional parece ser la de construir una sociedad intercultural, donde el respeto a la diferencia se convierta en una prioridad para el Estado. El antropólogo canadiense Will Kymlicka prefiere hablar de Estados multiculturales (aquellos que adaptan la diversidad en sus leyes e instituciones) y ciudadanos interculturales, partiendo de la premisa que son los individuos quienes pueden enfatizar la necesidad de mayores habilidades interculturales (respeto, tolerancia y comprensión frente a la diferencia cultural) que podrían “…reducir la sensación de aislamiento entre los diferentes grupos, promoviendo una mayor interacción y reduciendo el peligro que esta interacción lleve a sentimiento de resentimiento o malentendidos”.

Sin embargo, una de las tensiones que Kymlicka reconoce en esta propuesta es que muchas personas parecen preferir un interculturalismo global (conocer las culturas de lugares lejanos) antes que uno local (grupos vecinos, en algunos casos tradicionalmente excluidos). Otra tensión importante es partir de la premisa que la apertura hacia otras culturas es una virtud que todo ciudadano debe poseer, sin reconocer el rechazo que puede existir en algunos sectores frente al intercambio cultural. Finalmente una ultima tensión nos presenta el problema de ¿Qué tipo de conocimientos deberíamos estar buscando sobre otras personas y culturas? Un conocimiento superficial y exotizado sobre su vestido, su comida y su música. O uno más profundo que busque acercarnos a sus creencias, anhelos y visiones del mundo.

Es innegable el aire esperanzador que esta nueva constitución ha despertado en muchos grupos, especialmente aquellos que han sido (y son) victimas de la injusticia y el olvido. Muchos pueblos, no solo de Bolivia, creen reconocer en esta carta una suerte de reconciliación con el pasado y una mirada optimista frente al futuro. Sin embargo, es pertinente detenernos y considerar si la imagen que nos devuelve el espejo es que la estamos esperando.

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