domingo, 22 de febrero de 2009

La cultura del transporte


¿Quién tiene la razón: los transportistas o la municipalidad? ¿Son justos los reclamos de uno y otro lado? ¿Qué otras alternativas se podrían plantear para solucionar este impase? Y, ¿Qué tiene que decir la ciudadanía, en su mayor parte usuarios y afectados, frente a este problema público? Estas son algunas de las preguntas que he podido recoger a lo largo de estos días de paralización, que han sido debidamente analizadas y que sin duda son pertinentes. Sin embargo, no llegan a tocar uno de los temas de fondo de este problemática: ¿Y que hay de la cultura de transportistas y usuarios?

La primera reacción de algunos lectores será afirmar, casi sin dudarlo, la carencia de esta, especialmente del lado de los transportistas. Sin embargo, el presente artículo apela al término cultura no el sentido clásico que denota conocimiento o dominio de algún arte en particular. Utilizaremos el término cultura desde el giro que nos brinda la antropología y cuya acepción más simple es “modo de vida”. Desde la primera definición de cultura (conocimiento) hay grupos que poseen más cultura que otros en virtud de una mayor formación académica. Desde la segunda, todos somos poseedores de cultura en virtud de nuestra condición de individuos que forman parte de una comunidad que comparte un conjunto de prácticas. Considero importante esta breve aclaración ya que ella nos ayudará a acercarnos a la cultura del transporte en nuestra ciudad desde los transportistas y desde el usuario, actores fundamentales de este desencuentro.

Desde los transportistas es interesante recoger algunos elementos. Por un lado la justicia que ellos reconocen en su reclamo, frente a una ordenanza municipal que, desde su punto de vista, muchas opciones no les deja. Argumentan que las condiciones en las que trabajan no son las adecuadas e insisten en que la poca rentabilidad del transporte no les permitiría invertir en una necesaria renovación del parque automotor dedicado al transporte público. Sin embargo, ¿Cuál es la imagen que tiene el transportista del usuario? ¿Cuál dispuesto esta a brindar un mejor servicio? Y una pregunta más cruda aún, ¿Consideran que los usuarios se merecen un mejor servicio? Quienes utilizan el transporte público de manera diaria se enfrentan a frases como: “pie derecho”(para bajar con el carro aún en movimiento), “cuidado con la cabeza choche” (al subir o bajar si, por desgracia, mides mas de 1.70 m en una combi pequeña), “deje la pasada libre pe’ joven, todos quieren viajar” ( para adocenar pasajeros a ambos lados del pasadizo olvidando una de las propiedades de la materia: un objeto no puede ocupar el lugar de otro), “el carro esta vacío señorita” (lo cual significa que puedes viajar parado), “siéntate bonito pe’”(para ubicar en un asiento de 3 personas a no menos de 5) y la clásica e infaltable “al fondo hay sitio”, que no necesita mayor explicación. Dejo a la memoria del amable lector agregar algunas otras frases que sin duda pueden ayudar a reconocer cual es la imagen que tienen los transportistas de los sufridos usuarios.

Pero, es importante observar también el otro lado de la moneda. ¿Como observamos nosotros, los usuarios, a los transportistas? A través de diversos medios de comunicación es posible reconocer la desaprobación de la mayoría de la población hacia este sector, reconociendo en esta la necesidad apremiante de mejorar el servicio. Sin embargo ¿este rechazo abrumador como se expresa en lo cotidiano? ¿Cuánto hemos desarrollado nuestra capacidad de quejarnos frente a un mal servicio, la excesiva velocidad, las competencias entre vehículos que pertenecen a la misma ruta o el maltrato de parte de chofer o cobrador? En mi calidad de observador he asistido a numerosos episodios donde lo que encontraba era un grupo de ciudadanos que sufre resignadamente las situaciones antes mencionadas, asumiendo tal vez que las cosas siempre han sido y serán así, sin esperar y menos reconocer, que se merecen un mejor servicio. Son pocos aquellos que elevan la voz de protesta frente a un abuso, recibiendo únicamente la ambigüedad del silencio de los compañeros de viaje y preguntándose si vale la peña luchar por quienes aceptan la realidad de manera fatalista.

Es sin duda importante cualquier intento que busque mejorar la calidad de vida de la población, en este caso, desde el transporte. El “como mejorar” se puede discutir, pero el fin es, sin duda, el mismo para todos. Es posible comprar nuevos vehículos, capacitar a choferes y cobradores, educar al usuario en sus derechos y deberes como pasajero, pero, en que medida es posible cambiar las visiones que tenemos “uno” del “otro” (transportista – usuario, usuario - transportista) y, sobretodo, la imagen de uno mismo. El transporte no solo urbano, sino también el interprovincial, pueden convertirse en espacios privilegiados desde los cuales podamos poner en práctica nuestra condición de ciudadanos plenos, haciendo valer nuestros derechos y cumpliendo nuestras obligaciones. Finalmente, recordemos algo que parecemos olvidar con facilidad: es posible cambiar para construir una mejor sociedad para todos. Y el cambio empieza desde cada uno.

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