miércoles, 20 de febrero de 2013

Algunas preguntas a Benedicto



Es innegable que a todos nos ha tomado por sorpresa la noticia de la renuncia de Benedicto XVI al cargo de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Dada esta larga tradición que “los papas mueren en el trono”, se había olvidado que siempre había una segunda alternativa, la de la renuncia. Esta segunda opción ha sido tomada casi 600 años después, siendo el último caso el de Gregorio XII en 1415, que se da en medio del denominado Cisma de occidente, un periodo en que varios papas (hasta tres) se disputaban la autoridad pontifica. Gregorio fue obligado a renunciar por una serie de presiones dejando su lugar a Martin V que supone también el fin del cisma.

Pero no vayamos tan atrás y veamos que recibió y que nos deja Benedicto XVI poco antes de irse. Hace casi 8 años, Juan Pablo II ingresaba a un camino de agonía que parecía no concluir. Los fieles y no tan fieles apreciaban en sus pantallas o través de imágenes como la vida del llamado Papa viajero se iba extinguiendo lenta e irremediablemente. Pero este camino a la muerte era inversamente proporcional a una popularidad que crecía cada vez más, fruto su innegable carisma. Todo ello ha contribuido  a un acelerado proceso de beatificación (acelerado por los tiempos que manejaba el Vaticano para estos casos, sino recordemos a nuestra Beata Sor Ana de los Ángeles que tuvo que esperar casi 300 años) que las masas de fieles consideraban un justo premio a quien había sido, ya, un santo en vida.

Sin embargo, esta figura acaso incuestionable, también se sometía a duras críticas al concluir su papado. Estas venían principalmente de sectores no creyentes pero preocupados del rol que tiene la religión y la iglesia en particular en la sociedad moderna. ¿Cuáles eran estas críticas? Pues partían de una pregunta elemental ¿Cuánto había crecido la iglesia durante su largo pontificado de 27 años? ¿Cómo se había manejado el tema de la apertura? ¿Seguía siendo una institución importante en la vida de las personas? Además de las ya consabidas críticas sobre el sacerdocio femenino, los métodos anticonceptivos, el dialogo interreligioso, los casos de pedofilia, estas preguntas parecían resumir una preocupación general.

Un artículo, escrito hace precisamente 8 años por el abogado y periodista Luís Pasara, se atrevió a decir aquello que muchos, creyentes y no creyentes, dadas las circunstancias de la inminente partida de Juan Pablo, prefirieron callar. Cito algunas líneas: “En consecuencia, una de las grandes líneas de acción de este papado consistió en fortalecer el poder conservador en la Iglesia, en la búsqueda de, si no homogenizarla internamente, cuando menos arrinconar a otros sectores…Si ese fue el principal impacto interno del papado de Juan Pablo II, el externo encontró raíz en su incapacidad para entender el mundo moderno, negándose a seguir su evolución para ejercer en él una función pastoral respetuosa y eficaz…el mundo contemporáneo siguió un proceso cada vez más alejado de la influencia católica. Lo prueban no solo las encuestas que constatan como se reduce cada vez más el número de católicos practicantes, el angostamiento de la asistencia dominical a misa hasta hacerla asunto de viejos y niños, y la conversión de Navidad y Semana Santa en feriados laicos. La velocísima multiplicación de los grupos evangélicos es una prueba decisiva de la decadencia de la Iglesia romana en el mundo de hoy” (1) Imaginaran que el artículo generó muchas reacciones, desde aquellas dispuestas a la réplica argumentada y respetuosa, hasta otras cargadas de un dogmatismo intolerante.

Ahora bien, esta renuncia inesperada ¿Es el preludio de nuevos tiempos para la Iglesia? O ¿es más bien la confirmación del poder de sectores reaccionarios poco dispuestos a negociar cambios? Es innegable que los sectores denominados conservadores dentro de la Iglesia, que ganaron poder durante el pontificado de Juan Pablo II y se asentaron durante el de Benedicto XVI, no estarán dispuestos a ceder terreno, ya que desde su perspectiva su lucha no solo es terrenal, también es eternal, además de ser fiel al encargo recibido desde el mismo Jesucristo, encargo que muchos han malinterpretado o sesgado consciente o inconscientemente ¿Cuál será el rol de los denominados sectores progresistas dentro de la iglesia?, aquellos que si bien no aceptan todos los puntos referidos líneas arriba, por lo menos contemplan una discusión que permita leer a la Iglesia los signos que le van proponiendo los nuevos tiempos. Finalmente ¿Cuál es el rol que tiene la Iglesia, su doctrina y sus prácticas en la vida cotidiana de todo aquel que se dice creyente? ¿Sigue siendo un rol importante? Se vienen tiempos decisivos para la iglesia y para los creyentes donde, probablemente, se tomarán decisiones que afectaran su marcha por las siguientes décadas. La encrucijada parece estar entre aferrarse a la tradición, una tradición de 2000 años o abrirse paulatinamente a un mundo que cambia, 

(1) Pásara Luís (2005) El Papa responsable de una Iglesia disminuida. En: Perú21. Domingo 3 de abril de 2005. p. 14 

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