lunes, 25 de abril de 2011

Para pensar


Al momento de escribir este artículo, desconozco cuando será publicado. También si será leído en Semana Santa o algunos días después a ella. Sin embargo, insisto que si bien la Semana Santa, en términos rituales, puede ser concebida como un espacio particular de reflexión, esta no debe restringirse exclusivamente a ella. Además, aunque este artículo puede tocar algunos temas de coyuntura, en el cual la política tiene un rol importante, intenta apuntar a temas de fondo como nuestra vida en sociedad, la relación con la diferencia, la tolerancia y la construcción de la democracia.

Una de las primeras lecciones que nos han dejado las elecciones pasadas es que hay maneras alternativas de percibir el mundo. Si bien algunos políticos, de manera machacona, nos han presentado una imagen optimista del rumbo del Perú, la cual en cifras es cierta, esta imagen, en el espejo de la realidad de muchos peruanos no parece reflejarse. De allí que muchos han optado por aquel candidato que les ha ofrecido una imagen alternativa de país, mientras otros prefieren que las cosas se mantengan tal y como están, sea porque están recibiendo los beneficios de este crecimiento, sea porque tienen la esperanza de recibirlos pronto. Ambas visiones de país se han encontrado y buscan imponerse a través de uno u otro candidato.

¿Cual es el riesgo?, no solo descalificar las ideas rival porque consideremos que su postura es equivocada (retrograda, desfasada, etc.) sino, descalificar su ciudadanía en tanto aún no es capaz de saber que es lo que le conviene en función a una serie de adjetivos que van desde lo racial (serrano, indio ignorante), lo geográfico (provinciano) o lo personal (resentido). Del otro lado también hay intolerancia, solo que en un sentido opuesto y también apuntando mas allá de las ideas del opositor. Si bien el juego democrático favorece a quien obtiene la mayoría, esta no debe olvidar la presencia de minorías y luchar por lograr poner en práctica esa palabra tan de moda en estos momentos, pero olvidada después: consenso.

Este consenso es valioso de manera especial en estas circunstancias, en que la coyuntura electoral ha mostrado no solo lo fragmentada que esta nuestra sociedad, sino también los profundos prejuicios que existen de uno y otro lado. Una sociedad atomizada, dividida, no reconciliada con su pasado, con su vecino ni consigo misma, esta muy lejos de construir comunidad. Y comunidad, esto entendámoslo bien, no quiere decir igualdad, homogeneidad, sino más bien: común unidad, igualdad en la diferencia, un espacio común compartido y un destino sobre el cual debemos sentarnos a discutir como queremos labrarlo.

Ahora bien y en esta ‘comunidad’ ¿Qué tan capaces somos de relacionarnos con la diferencia? ¿Cuan hábiles somos de escuchar las ideas del otro? ¿Cuántas veces hemos reconocido que estábamos equivocados, que nuestra mirada estaba equivocada, que nuestro modo de pensar, conciente o inconcientemente, era sesgado, prejuicioso, poco dialogante? Pues, estas capacidades no solo son imprescindibles en nuestra vida familiar, laboral o en aquellos espacios en los que nos relacionamos. Probablemente allí las pongamos en práctica en mayor o menor grado, con cierta dificultad y resistencia. Pero, más allá de estos círculos en los cuales nos movemos: ¿Qué tan dialogantes podemos ser? Si a ello le agregamos las diferencias de carácter social, cultural, religiosa, pues el reto es mayor. Ya que allí nos encontraremos con visiones que en apariencia se presentan como radicalmente distintas a la nuestra. ¿Es posible dialogar en esas circunstancias, sin puntos comunes? Pues en estas circunstancias una clave valiosa es antes que insistir en marcar la diferencia y hacerla irreconciliable, pues buscar puntos de encuentro, aquello que queremos de uno y otro lado.

Victoria Camps y Adela Cortina hablan de una ética de mínimos y máximos (‘minimalismo moral’) Nunca nos podremos poner de acuerdo en aspectos como la felicidad: mientras que para algunos autorrealización es tener éxito profesional y económico, para otros (pienso de manera especial en las comunidades en aislamiento voluntario de la amazonía) puede ser vivir tal como lo han elegido. Si no nos podemos poner de acuerdo en la felicidad, ya que cada grupo e incluso cada individuo ha construido imágenes de ella y ha elegido los medios para alcanzarla, si debemos ponernos de acuerdo en un conjunto de ‘mínimos’ que apunten a la justicia: la dignidad y respeto del ser humano expresada en educación adecuada, sistemas de salud eficientes, respeto a la diferencia cultural, entre algunos solamente. ¿Ello es imposible? No lo creo. ¿Difícil? Claro que si, como todas las cosas que realmente valen la pena.

Estoy muy lejos de saber por quien voy a votar, también estoy lejos de creer que en estas elecciones se juega el futuro del país, con toda la carga apocalíptica que va detrás de esta frase. Me preocupa el papel inmenso que esta jugando el miedo frente a la esperanza y la tolerancia. Quiero, como la mayoría de peruanos, un país mejor, no solo para mí, sino para aquellos que están por llegar. Un país más justo, donde los peruanos podamos mirarnos, unos a otros, como ciudadanos.

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