
Pero no vayamos tan atrás y veamos que
recibió y que nos deja Benedicto XVI poco antes de irse. Hace casi 8 años, Juan
Pablo II ingresaba a un camino de agonía que parecía no concluir. Los fieles y
no tan fieles apreciaban en sus pantallas o través de imágenes como la vida del
llamado Papa viajero se iba extinguiendo lenta e irremediablemente. Pero este
camino a la muerte era inversamente proporcional a una popularidad que crecía
cada vez más, fruto su innegable carisma. Todo ello ha contribuido a un acelerado proceso de beatificación
(acelerado por los tiempos que manejaba el Vaticano para estos casos, sino recordemos
a nuestra Beata Sor Ana de los Ángeles que tuvo que esperar casi 300 años) que
las masas de fieles consideraban un justo premio a quien había sido, ya, un
santo en vida.
Sin embargo, esta figura acaso
incuestionable, también se sometía a duras críticas al concluir su papado.
Estas venían principalmente de sectores no creyentes pero preocupados del rol
que tiene la religión y la iglesia en particular en la sociedad moderna. ¿Cuáles
eran estas críticas? Pues partían de una pregunta elemental ¿Cuánto había
crecido la iglesia durante su largo pontificado de 27 años? ¿Cómo se había
manejado el tema de la apertura? ¿Seguía siendo una institución importante en
la vida de las personas? Además de las ya consabidas críticas sobre el
sacerdocio femenino, los métodos anticonceptivos, el dialogo interreligioso,
los casos de pedofilia, estas preguntas parecían resumir una preocupación
general.
Un artículo, escrito hace precisamente
8 años por el abogado y periodista Luís Pasara, se atrevió a decir aquello que
muchos, creyentes y no creyentes, dadas las circunstancias de la inminente
partida de Juan Pablo, prefirieron callar. Cito algunas líneas: “En
consecuencia, una de las grandes líneas de acción de este papado consistió en fortalecer
el poder conservador en la Iglesia, en la búsqueda de, si no homogenizarla
internamente, cuando menos arrinconar a otros sectores…Si ese fue el principal
impacto interno del papado de Juan Pablo II, el externo encontró raíz en su
incapacidad para entender el mundo moderno, negándose a seguir su evolución
para ejercer en él una función pastoral respetuosa y eficaz…el mundo
contemporáneo siguió un proceso cada vez más alejado de la influencia católica.
Lo prueban no solo las encuestas que constatan como se reduce cada vez más el
número de católicos practicantes, el angostamiento de la asistencia dominical a
misa hasta hacerla asunto de viejos y niños, y la conversión de Navidad y
Semana Santa en feriados laicos. La velocísima multiplicación de los grupos
evangélicos es una prueba decisiva de la decadencia de la Iglesia romana en el
mundo de hoy” (1) Imaginaran que el artículo generó muchas reacciones, desde
aquellas dispuestas a la réplica argumentada y respetuosa, hasta otras cargadas
de un dogmatismo intolerante.
Ahora bien, esta renuncia inesperada ¿Es
el preludio de nuevos tiempos para la Iglesia? O ¿es más bien la confirmación
del poder de sectores reaccionarios poco dispuestos a negociar cambios? Es
innegable que los sectores denominados conservadores dentro de la Iglesia, que
ganaron poder durante el pontificado de Juan Pablo II y se asentaron durante el
de Benedicto XVI, no estarán dispuestos a ceder terreno, ya que desde su
perspectiva su lucha no solo es terrenal, también es eternal, además de ser
fiel al encargo recibido desde el mismo Jesucristo, encargo que muchos han
malinterpretado o sesgado consciente o inconscientemente ¿Cuál será el rol de
los denominados sectores progresistas dentro de la iglesia?, aquellos que si bien
no aceptan todos los puntos referidos líneas arriba, por lo menos contemplan
una discusión que permita leer a la Iglesia los signos que le van proponiendo
los nuevos tiempos. Finalmente ¿Cuál es el rol que tiene la Iglesia, su
doctrina y sus prácticas en la vida cotidiana de todo aquel que se dice
creyente? ¿Sigue siendo un rol importante? Se vienen tiempos decisivos para la
iglesia y para los creyentes donde, probablemente, se tomarán decisiones que
afectaran su marcha por las siguientes décadas. La encrucijada parece estar
entre aferrarse a la tradición, una tradición de 2000 años o abrirse
paulatinamente a un mundo que cambia,
(1) Pásara Luís (2005) El Papa
responsable de una Iglesia disminuida. En: Perú21. Domingo 3 de abril de 2005.
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