miércoles, 31 de agosto de 2011

Arguedas y Machu Picchu


Se fue julio, mes que de manera especial será recordado no solo por el cambio de mando y la renovación de la mayoría de nuestras autoridades políticas, sino también por haber sido el que centralizó la mayoría de actividades en relación al Centenario del descubrimiento de Machu Picchu para el Mundo. Como ya sabemos, mediante Decreto Supremo Nº 116-2010-PCM, el 31 de diciembre del año pasado se declaró al año 2011 de esta manera y se obligó, entre otras cosas, que todo documento oficial lleve esta frase en su encabezado. Hemos observado documentales, festividades, visitas celebres, cobertura mediática sin límites para celebrar, como se merece, a nuestra nueva maravilla mundial, motivo de orgullo para todos los peruanos y símbolo indudable de peruanidad fuera de nuestras fronteras, donde la palabra “Perú” y “Machu Picchu” son casi sinónimos en el mejor de los casos.

Se fue julio, pero aún no se ha ido el 2011. Y en los meses que quedan se seguirá celebrando otro centenario. Uno que no tiene la cobertura, los auspicios, ni las visitas glamorosas del primero, porque recuerda a un peruano que nació hace precisamente cien años, pero que sigue siendo incómodo para muchos, diría que para todos. Casi como podrá intuirlo, me refiero a José María Arguedas, un escritor y antropólogo andahuaylino, maestro de escuela, docente universitario, funcionario público, promotor cultural, pero sobretodo, un gran difusor del mundo andino, ese mismo que construyó Machu Picchu. Y decía que José María sigue siendo incómodo para muchos, porque su situación de permanente búsqueda de pertenencia, esta liminalidad entre dos mundos (el andino y el español, que al mismo tiempo que lo reclamaban para sí, lo terminaban desgarrando) estas preguntas incómodas en torno a lo que fuimos, a lo que somos, a nuestro porvenir constituyen aspectos no definidos de nuestra identidad. Este mirarse sin temor frente al espejo, aun sabiendo (y temiendo) que la imagen que este nos devolverá no será necesariamente la que esperamos, refleja un drama que se instauro hace casi 500 años, cuando dos mundos se encontraron violentamente, siendo finalmente uno de ellos sometido, no significando ello que la batalla en torno al reconocimiento se haya detenido.

Esta búsqueda (que podría vincularlo simbólicamente con Garcilaso de la Vega), es una situación no resuelta de muchos peruanos. Por ejemplo, esta relativización de los rasgos étnicos José María la vivió en carne propia. Por un lado fue despreciado por Pablo Pacheco, su hermanastro, por ser Arguedas más blanco que él. Recordemos que la discriminación no tiene un solo sentido (del blanco al indio o al negro, por ejemplo) sino también puede tomar un sentido inverso. Pero también despreciado por Pompeya, una joven estudiante de la que se enamoro durante su estancia en Ica, ya que ella no quería tener nada con ‘serranos’. Decía Arguedas que: “Los indios y especialmente las indias vieron en mi exactamente como si fuera uno de ellos, con la diferencia de que por ser blanco acaso necesitaba más consuelo que ellos…y me lo dieron a manos llenas”

Para Gonzalo Portocarrero: “el proyecto arguediano pasa por la revaloración del otro, que puede estar representado como ‘el indio’ pero que también está dentro de mí. Casi todos en el Perú tenemos ancestros indígenas que nos hemos visto obligados a sepultar, a reprimir. Este proyecto nos convoca a una mayor integración social como personal. Los comentarios ponen en evidencia que todavía el sentimiento conciudadano es muy débil en el Perú. Este proyecto criollo sigue teniendo mucha vigencia pero creo que no tiene futuro ya que la tendencia de nuestra historia es hacia la democratización.”

A estas alturas el lector de manera acertada se preguntará: Y, ¿Qué tiene que ver Arguedas con Machu Picchu, más allá de la coincidencia en relación al año de celebración? Pues dos cosas que es necesario apuntar. La primera de ellas es que ambos estuvieron vinculados en una disputa en torno a cómo debía declararse el año 2011. Finalmente la balanza se inclino hacia uno de los lados. En una de sus últimas entrevistas, el antropólogo Carlos Iván Degregori decía: “…esa es una de las razones por las cuales no le dieron al 2011 el nombre del Centenario del nacimiento de José María Arguedas; es que Arguedas era tristón, para usar la palabra del Presidente” refiriéndose al ex Presidente García. Lo segundo, que esta admiración hacia nuestra maravilla natural muchas veces encubre aquello que Arguedas denunciaba. Admiramos a los constructores de Machu Picchu, pero despreciamos cotidianamente a sus descendientes. Admiramos al indio imperial, ese que ya no existe, ese que llegó a ser Inca y vivió en un mundo utópico. Despreciamos al que vemos en televisión o en la calle, reclamando derechos y luchando por mejores condiciones de vida. Al que nos habla en quechua y no está dispuesto a renunciar a su idioma. Al que no quiere irse a vivir a otro lugar porque tiene bajo sus pies una veta de minerales o gas. Por eso Arguedas era(es) incómodo, por eso lo seguiremos celebrando.

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