miércoles, 31 de agosto de 2011

¿Encontramos al inca?


Hace varios años, en Puquio (Ayacucho), José María Arguedas recoge uno de los mitos que mejor expresan lo que en la tradición de las ciencias sociales se ha denominado ‘utopía andina’: Inkarri. El mito cuenta que al llegar los españoles al Perú, Inkarri (Inca Rey) fue apresado con engaños por "Españarri" (contracción de "España Rey", es decir el Rey de España, pero no solo él sino que simbólicamente con él, la civilización occidental cristiana).Españarri martirizó y dio muerte a Inkarri, y dispersó sus miembros por los cuatro lados que conformaron el Tawantinsuyo y enterró su cabeza en el Cusco. Sin embargo, esta cabeza está viva y se está regenerando en secreto el cuerpo de Inkarri. Cuando se reconstituya el cuerpo de Inkarri, éste volverá, derrotará a los españoles y restaurará el Tahuantinsuyo y el orden del mundo quebrado por la invasión española. Otras versiones del mito, con matices cristianos evidentes, dicen que cuando regrese Inkarri será el fin del mundo y el juicio final.

La importancia de este mito no solo reside en su capacidad de presentarnos, de manera tan clara, como concibe el mundo andino esta suerte de restauración de aquello que le fue arrebatado y como el mundo que ellos conocieron no esta perdido del todo. También nos permite reconocer un elemento que parece haber trascendido las barreras culturales del mundo andino y que es posible identificarlo como parte esencial de nuestra cultura política: la búsqueda de un ‘mesías’ que ordene el mundo que ha caído en la anomia. Frases como: ‘Necesitamos una mano dura’, ‘necesitamos a alguien que arregle nuestros problemas’, o elementos como el personalismo de nuestra política, el aura redentora con la que se suelen revestir nuestros gobernantes, pueden ser expresiones contemporáneas que seguimos en espera permanente de ‘ese alguien’ que restablezca ese paraíso que nos fue arrebatado.

Uno de los historiadores más importantes del siglo pasado, Alberto Flores Galindo, reflexiona sobre este fenómeno particular de la sociedad peruana que el denomina Buscando un inca. Para Flores Galindo: “La idea de un regreso del inca no apareció de manera espontánea en la cultura andina. No se trató de una respuesta mecánica a la dominación colonial. En la memoria previamente se reconstruyó el pasado andino y se lo transformó para convertirlo en una alternativa al presente. Este es un rasgo distintivo de la utopía andina. La ciudad ideal no queda fuera de la historia o remotamente al inicio de los tiempos. Por el contrario, es un acontecimiento histórico. Ha existido. Tiene un nombre: el Tahuantinsuyo. Unos gobernantes: los incas. Una capital: el Cusco. El contenido que guarda esta construcción ha sido cambiado para imaginar un reino sin hambre, sin explotación y donde los hombres andinos vuelvan a gobernar. El fin del desorden y la oscuridad. Inca significa idea o principio ordenador”.

Todo lo anterior, naturalmente, al poner todo el peso en una persona (ahora convertido en ‘Inca’), al cifrar toda esperanza en un solo individuo, al dotar de poderes sobrenaturales a un sujeto no solo puede resultar ingenuo, es especialmente peligroso. Como bien advierte Flores Galindo: “Milenarismo y mesianismo gravitan en el Perú porque aquí la política no es solo una actividad profana. Como tantas cosas en este país, esta condicionada también por el factor religioso. De allí la importancia de lo irracional. La utopías pueden ser capaces de convocar pasiones capaces de arrastrar o conducir a las multitudes mas allá de lo inmediato, hasta intentar tomar el cielo por asalto o arrebatar el fuego a los dioses”.

Si bien el cambio y la búsqueda de una mejor sociedad (aunque las utopías ‘no tienen lugar’, por lo menos nos hacen avanzar en su búsqueda) son no solo necesarios, sino también urgentes, es importante no olvidar que los cambios los generan no exclusivamente los individuos de manera aislada. Las instituciones que forman parte de este gran entramado llamado sociedad tienen un rol fundamental en estos procesos. Toda la buena voluntad de un individuo puede estrellarse en muros construidos con el concreto de la pasividad, la indiferencia, la defensa del status quo o la inercia. Solo en la medida que los cambios sean canalizados por instituciones sólidas, dinámicas, eficientes y con capacidad de respuesta, podremos iniciar el largo camino que nos toca recorrer en la construcción de una sociedad mejor.

En tiempos de transición política, con una campaña que hace apenas dos meses parecía haber dividido al Perú en bandos antagónicos, con una preocupante herencia de conflictividad social y reclamos que parecen venir desde tiempos inmemoriales, es pertinente renunciar a esta vieja búsqueda que parece encerrar autoritarismo (mano dura), pasividad (resuelve mis problemas) y paternalismo (porque nunca hemos sido capaces de hacerlo). Más que un ‘inca’, debemos buscar ‘incas’, pero los de carne y hueso, no aquellos que fueron idealizados por la tradición historiográfica criolla, románticos y místicos. ‘Incas’ con una decidida voluntad de servir, que no se sientan salvadores, que reconozcan sus límites y sean capaces de construir instituciones que los transciendan. Incas que sean hombres de verdad, que conciban que el cambio es posible y estén dispuestos a luchas por ello.

1 comentario:

Monica dijo...

estoy parando en un hotel en palermo hace poco me contaron esta historia, muy interesante! quiero saber mas sobre el tema