sábado, 3 de abril de 2010

Los mitos de la conquista


Una división tradicional de la historia del Perú nos presenta el periodo preinca, inca, colonial, republica y contemporáneo. Cuando llegábamos al periodo inca nos maravillábamos de los grandes logros alcanzados por su civilización en organización, economía, infraestructura, artes y religión. Se nos presentaba el imperio de los incas como un lugar idílico, un paraíso perdido donde nadie tenía hambre y todos eran iguales. No obstante, al pasar a la conquista (periodo que media entre los incas y la colonia), nuestras sorpresas comenzaban ya que era difícil entender (y aceptar) como un grupo de casi 180 hombres pudieron acabar con todo un imperio. ¿Qué parte de la historia no nos han contado? ¿Por qué persisten viejas ideas respecto a este periodo? ¿Cuánto contribuyen estos mitos arraigados en el imaginario colectivo en la formación de una endeble identidad nacional? Veamos algunos de estos mitos que la tradición se ha encargado de transmitirnos como verdades que no admiten discusión.

Empecemos mencionando que efectivamente encontramos superioridad militar del lado español (caballería, armas de metal, cañones, arcabuces y capacidad estratégica de sus líderes), frente a una masa indígena provista de lanzas, garrotes y hondas, aunque con una superioridad numérica incomparable. Sin embargo, ¿esta superioridad bélica fue suficiente para inclinar la balanza? La respuesta es no, y en nuestra ayuda acuden dos factores claves para entender la victoria española: en primer lugar el colaboracionismo indígena a favor de los españoles y en segundo lugar un ejercito con aliados tan microscópicos como letales: el sarampión. Veamos cada una de ellas.

Muchas etnias, sometidas por los incas, vieron en los ‘barbudos’ una oportunidad inmejorable de libertad. De allí que unen fuerzas con ellos para enfrentar las tropas incas. Una prueba contundente de ello la brindó en el año 2004 el arqueólogo Guillermo Cox. Al explorar las tumbas de Puruchuco (Lima) descubre un enterramiento con unas características particulares. Al analizar los restos encontrados, la característica de todos ellos era que habían dejado de existir a causa de una muerte violenta. Sin embargo, mientras uno de ellos (probablemente el líder) presentaba un claro orificio de entrada y salida producido por un proyectil de arma de fuego, los demás tenían lesiones cuyo origen estaba asociado a armas de piedra.

Este probable enterramiento data de 1536, un año después de fundada Lima, en que la ciudad sufre el ataque de grupos de resistencia indígena encabezados por Manco Inca. Las crónicas españolas insisten en narrar la acción valerosa de un puñado de españoles que enfrenta a miles de indios que logran ser dispersados con la fuerza de la caballería ibérica. Sin embargo, datos etnohistóricos recientes dan cuenta del apoyo de la etnia Huaylas, a la que pertenecía la concubina de Pizarro, Quispe Sisa o Inés Huaylas (hija de Huayna Capac y hermana de Atahualpa), con la que Pizarro tuve dos hijos, Gonzalo y Francisca. Podemos apreciar claramente que se enfrentaban indios contra indios, mientras los españoles no hacían más que agudizar las contradicciones y rivalidades entre pueblos para finalmente salir ellos vencedores. Naturalmente los huaylas no fueron los únicos que colaboran con los ‘wiracochas’, sino también indios cañaris, huancas y chachapoyas.


Otro factor, tal vez más importante que el anterior, esta dado por otro tipo de arma que puede ser más efectiva que espadas o arcabuces: la viruela. La guerra biológica no es una novedad en el nuevo mundo, ya que sus antecedentes datan del medioevo (se arrojaban cuerpos en descomposición para generar epidemias dentro de las ciudades). Uno de las más ilustres victimas de este mal fue precisamente el inca Huayna Capac, cuya muerte desencadeno la lucha por el poder entre Huascar y Atahualpa. Los cálculos más aceptados de la población del Imperio inca son de 13 a 15 millones de habitantes (D. Noble Cook) En los tiempos de la Colonia la población indígena disminuyó drásticamente. En 1620 la población llegaba sólo a los 600 mil habitantes. De 1532 a 1620, había 14.400.000 habitantes menos, en apenas 88 años. La disminución media por década fue de 1.655.172 habitantes. Por año: 165.517 habitantes. Por día: 453 habitantes.

Existe un gran consenso entre historiadores, demógrafos y ecólogos que apuntan a la introducción de enfermedades frente a las cuales los indígenas carecían de defensas, como la causa fundamental de la debacle demográfica, estimando entre un 75 y un 95% de disminución de población achacable a las enfermedades epidémicas. Ocurre los que Ruggiero Romano denomina un proceso de unificación micróbica del mundo que se origina en occidente (Europa, Asia y África) debido al comercio y que afecta acumulativa y sucesivamente a indígenas de todas las edades.

Para seguir pensando en este periodo de nuestra historia en búsqueda de nuevas verdades que permitan reconocer lo que sucedió hace tantos años, pero que hoy sigue desatando encendidos debates y apasionadas defensas de uno y otro lado.

1 comentario:

eljuegodeloscaballos2009 dijo...

DIA DEL COLABORACIONISMO INDIGENA


El pasado es una reinvención engañosa de carácter permanente y que tiene como lente deformador principal a los entes políticos que prevalecen en un presente dado. Es más, la historia, el pasado, siempre sucumbe a la mirada interesada e ideologizada de quienes acomodan los recuerdos a su propia lógica y defensa partidista. En suma, la historia se convierte en ficción, en un invento con carta de identidad propia tendiente a suplantar los hechos en sí.

Hoy con Chávez el 12 de Octubre es “Día de la Resistencia Indígena”, y a las tres carabelas se les destruye dentro de una plaza emblemática caraqueña y sobre sus restos se alza nada más y nada menos que el “Leander”, buque insignia de Francisco de Miranda en su intento militar por invadir el país en 1806. Que una cosa no tenga nada que ver con la otra: poco importa. La imposición de un pasado se hace así, a lo bravo, teniendo la capacidad por desmontar las versiones al uso y en ser capaz de proponer otras.

Muchos ingenuos hoy asumen que con el “proceso” nuestros indígenas están mucho mejor que antes, y la verdad es que basta con visitarles para desmentir ésta suposición. Siguen postrados desde una nimiedad vergonzosa, camuflajeados por una retorica salvacionista sin efectos prácticos, salvo una que otra excepción.

Cuando éste gobierno fenezca, como le ocurre a todo asunto humano, y venga otro, de seguro que le cambiará el nombre a la “celebración” del 12 de Octubre de 1492. Es probable que lo rebauticen como “Día del Colaboracionismo Indígena”, una secuela de éste proceso un tanto obnubilado por su dirección opuesta: la resistencia. Y es que así como hubo pueblos americanos que resistieron militarmente al conquistador español, también los hubo, y en demasía por cierto, quienes gustoso les ofrecieron pertrechos, y sobre todo, soldados, para acabar con sus enemigos más execrables, que precisamente y valga la acotación, no fueron en un primer momento la debilucha avanzada de Colón, Pánfilo de Narváez, Pedro de Alvarado, Hernán Cortés y Francisco Pizarro.

Sino como entender la desigual contienda que recogen las crónicas entre los centenares hombres de Cortes y los millares que formaban parte del aguerrido Imperio Azteca, enseñoreado éste a todo lo largo y ancho de la geografía mesoamericana. Y muchas veces las respuestas en la historia son mucho más sencillas que la maraña de explicaciones supersticiosas y fantasiosas tan de gusto para las mayorías.

Lo cierto del caso es que Cortés y sus aliados, de manera muy especial el pueblo tlaxcalteca, organizaron una coalición hispano-indígena para acabar con el Imperio dominante por ese entonces, el de los Aztecas. Así tenemos que la enemistad entre los propios indígenas creó las condiciones para que muchos de ellos fueran colaboracionistas hacia los españoles. En el caso venezolano es fácil intuir que los pacíficos Arawuacos se hayan puestos más que contentos cuando sus terribles y odiados enemigos, los Caribes, fueron sometidos a sangre y fuego por parte de los españoles. Y ni hablar de la india “Malinche”, amante e intérprete de Hernán Cortés, colaboradora entusiasta de los recién llegados. Así tenemos que en la historia hay que relativizarlo todo, y las distintas versiones o etiquetas al uso no tanto dependen de los hechos en sí, sino de las modas políticos/ideológicas de turno.

DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS DE LUZ