martes, 2 de febrero de 2010

¿A la minería dile no?


Hace pocos días, un grupo de pobladores de la provincia de Islay manifestaron su rechazo en contra de la actividad minera que se cristalizaría a través del cada vez más famoso proyecto Tía Maria a cargo de la minera Southern Perú Copper Corp. (SPCC). El argumento principal es la profunda desconfianza respecto al manejo del agua por parte de la mina y sus previsibles consecuencias con respecto a la principal actividad del Valle de Tambo: la agricultura. Aunque esta prevista una audiencia pública para el día 15 de febrero donde SPCC explicara los efectos ambientas y como gestionará el recurso hídrico, la situación real nos presenta una población mayoritariamente movilizada en contra de la actividad minera.

A partir de estas primeras líneas que intentan resumir lo acontecido hasta el momento, surgen algunas preguntas que inicialmente me animo a proponer: ¿Es la minera el único camino rumbo al desarrollo? ¿Existen actividades, como la agricultura, la ganadería, las manufacturas o los servicios que pueden convertirse en alternativas concretas frente a una solo visión de desarrollo? ¿Son salvajes, atrasados, ignorantes o mezquinos aquellos que se oponen a la misma? ¿O más bien terroristas y comunistas que aprovechan hábilmente la coyuntura para presentar, en un empaque distinto, ideas consideradas trasnochadas? Vayamos revisando cada uno de ellas, tratando de proponer algunas reflexiones que amplíen nuestra mirada del desarrollo.

Inicialmente es innegable el rol que ha tenido y tiene la minería en nuestro país. Desde tiempos prehispánicos su presencia en la vida no solo económica, sino también religiosa (rituales), artística o social (obsequio para reforzar viejas alianzas) esta ampliamente documentada en las crónica de la época y en las magnificas obras de arte que nos han sido legadas. Naturalmente en la colonia la actividad minera no solo se intensifica a costa de la vida de muchos indígenas, sino también el valor de la producción toma un nuevo sentido y se convierte en riqueza. Es en la República, con la presencia del Estado, que la actividad asume una nueva normatividad, buscando no solo proteger al trabajador, sino especialmente a partir de los años noventa, fomentar la inversión privada y reflejar socialmente las ganancias a través del canon minero.

Todo ello se refleja actualmente en la vida económica del país. Solo basta sumar el capital invertido en proyectos mineros en los últimos veinte años (de 1993 a 2008 US$ 15, 826 millones según la SNMPE), el papel que juegan en nuestra balanza comercial (60% de las exportaciones según el BCRP al 2009), su presencia a nivel de PBI (5.9 % en el 2009, BCRP), puestos de trabajo generados directa o indirectamente, la inversión en Responsabilidad Social buscando, ya sea llevar la fiesta en paz con la comunidad o asumir un compromiso real con respecto al desarrollo de su entorno, dejando de ser una isla de productividad en medio de un mar de miseria y resentimiento.

Sin embargo, atendiendo estos argumentos que podrían aparecer como defensa decidida de la actividad minera, incluso recogiendo los impactos negativos de la actividad, principalmente contaminación ambiental y cambio social acelerado y desordenado, la pregunta que anima este artículo aun parece sostenerse ¿Es posible concebir el desarrollo de un determinado espacio al margen de las actividades extractivas primarias, entre ellas la minería? Para los defensores a ultranza de la minería, pareciera no existir otra alternativa. Para ellos, el Perú es un “país minero” por antonomasia y cualquier negativa al desarrollo de esta actividad solo representa una suerte de autocondena a la pobreza y subdesarrollo de la comunidad implicada.

No obstante, una de las críticas mas importantes a la concepción clásica del desarrollo es esta concepción de camino único que presentaba hasta hace muy poco tiempo. Esta visión se presenta como suerte de escalera, donde todos estamos destinados a ir subiendo los peldaños que otros ya pasaron, con resultados más o menos felices. La realidad, a veces con cruel ironía, se ha encargado de mostrarnos más de una vez que el camino de unos no es el camino de todos. Que la historia no esta escrita y la ruta ya trazada. El desarrollo económico no es suficiente si no va acompañado de desarrollo humano con el consiguiente incremento de capital no solo financiero, sino social (instituciones) y humano (educación). Que el verdadero desarrollo es aquel que satisface necesidades presentes sin comprometer las futuras.

Es difícil saber que vendrá mas adelante. En el mejor de los casos podemos diseñar distintos escenarios o futuros posibles, probablemente la mayoría de ellos mostrando una actividad que termina por imponerse en virtud del poder económico y político detrás de ella. Yo me animo a proponer otro escenario, tal vez más difícil pero al mismo tiempo más ambicioso: una comunidad que democráticamente concibe si en su futuro hay espacio para una actividad como la minería. Si lo hubiera, es capaz de articularlo de manera coherente en una visión más amplia de desarrollo de carácter sostenible. En el caso que no conciba esta actividad, demostrar que es posible alcanzar el bienestar aún a costa de decirle no a la minería. Es un gran reto, pero también una buena oportunidad de trazar un nuevo camino. Veremos.

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