miércoles, 10 de junio de 2009

Del “buen” y el “mal” salvaje


Hace casi medio siglo, el antropólogo francés Claude Levi – Strauss llegó a la conclusión que el ser humano, buscando entender y explicar el entorno que le rodea, lo divide en dos. Es decir, estructuralmente dividimos la realidad en dos partes que son opuestas y al mismo tiempo complementarias: civilizado – salvaje, desarrollo –sub. desarrollo, bueno – malo. Levi – Strauss afirmaba que esta tendencia era explicada por la estructura de nuestro cerebro, que condicionaba nuestro modo de construir la realidad y era común a todas las culturas. Esta tendencia a dicotomizar puede ser la clave para entender no solo esta estrategia simplista e irresponsable de culpar al rival de turno; sino, y de manera especial, poder apreciar que es aquello que ve el ‘otro’ y que nosotros seguimos sin siquiera poder vislumbrar.

Veamos la primera pareja de términos opuestos: civilizado – salvaje. Los primeros antropólogos académicos (fines del siglo XIX) buscando analizar como había sido el desarrollo de las diferentes culturas, llegaron a la conclusión que el camino a la civilización (representado por la Europa de aquel entonces) era uno solo y que las diferentes culturas no europeas debían recorrerlo si pretendían alcanzar los logros del viejo mundo. La figura que utilizaban los evolucionistas de aquella época era la de una escalera, donde cada escalón representaba el grado de desarrollo alcanzado por cada cultura, siendo el mas bajo aquel que ocupaban las denominadas culturas simples o salvajes. Esta teoría fue posteriormente criticada, ya que proponía un solo camino rumbo al desarrollo y asumía que el mismo se explicaba en virtud de la presencia o ausencia de determinados grupos raciales: los grupos blancos como portadores del progreso y poseedores de una racionalidad mas desarrollada, los “otros” grupos raciales como responsables del subdesarrollo de sus pueblos, dada su condición cualitativamente inferior frente a los primeros.

La segunda pareja de términos opuestos (desarrollo – subdesarrollo) parece desprenderse de la primera. La idea del desarrollo ha sido una forma sobre la que se han vertido diversos contenidos. Inicialmente se concibió el desarrollo desde la acumulación de riqueza. Posteriormente se percibió en la industrialización el camino rumbo al progreso. El comercio e intercambio de bienes (bienes transformados, claro está), ya en el siglo XX, era promovido como la clave para no quedarse en esta carrera de la historia rumbo al bienestar nacional. La tecnología y el conocimiento parecen ser ahora las claves. Naturalmente, el subdesarrollo era definido en función de las carencias de los elementos mencionados: sin riqueza (capital), industrias, comercio y tecnología, eran pocas las posibilidades de emprender el camino del desarrollo. Sin embargo, ¿es tan universal, como pretenden los desarrollistas, su idea de progreso? ¿Todas las culturas deben asumir la misma receta y seguir el mismo camino? ¿La idea de propiedad e intercambio son características en la mayoría de sociedades? Y, a partir de ello, ¿todos poseen una misma imagen de ‘vida buena’?

Finalmente veamos la última pareja de términos opuestos: bueno - malo. Es en el S. XVIII que Juan Jacobo Rousseau propone el concepto de “buen salvaje”. Rousseau pretendía, con esta imagen inspirada en el Robinson Crusoe de Defoe, criticar las instituciones políticas y sociales como grandes corruptoras de la inocencia y bondad naturales del hombre. En contraste con esta imagen que heredamos de la ilustración, aparece una suerte de “mal salvaje” que muchos creen reconocer en el resultado de este enfrentamiento: Los buenos (policías) han sido asesinados salvajemente por los malos (nativos), utilizando lanzas, flechas o armas de fuego que fueron robadas. La imagen del “buen salvaje” de Rousseau contrasta con un discurso que busca resaltar violencia, ensañamiento y crueldad en la actuación de los nativos. Los buenos de la historia buscan el desarrollo y bienestar de las comunidades, que son manipuladas (visión paternalista del “otro”) por dirigentes irresponsables, políticos oportunistas y ONG’S mezquinas que solo velan por su interés personal. Del otro lado, los buenos quieren proteger al “buen salvaje” de Rousseau de cualquier tipo de influencia foránea, negándose a escuchar de manera sistemática cualquier alternativa por mas razonable que esta pueda ser. Ambas imágenes son, por supuesto, extremos inexactos e injustos

¿Qué tipo de lecciones nos podrían permitir superar esta visión dividida de la realidad? Una de ellas la propone Fidel Tubino: “Hoy mas que nunca requerimos de normas post-convencionales construidas dialógicamente que gocen de legitimidad en diferentes contextos. Solo así será posible regular de manera razonable las relaciones entre ciudadanas y ciudadanos culturalmente diversos. La normatividad transcultural – actualmente en proceso de construcción – es de imperativa necesidad para la convivencia ética tanto al interior de los Estados nacionales como a nivel de las relaciones interestatales.” Este, además de un tiempo de explicaciones, debiera convertirse en un tiempo de preguntas, no solo respecto a lo que el “otro” (en este caso los pueblos amazónicos) busca, sino y de manera especial, preguntarnos cuan dispuestos estamos “nosotros” a escuchar y dialogar.

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