martes, 28 de abril de 2009

Lecciones ocultas


Hace pocas semanas concluyo el juicio por violación de derechos humanos y secuestro agravado que se le siguió al ex presidente Alberto Fujimori. Después de presenciar un gran numero de audiencias cargadas de testimonios, argumentos, pruebas esgrimidas de uno y otro lado, finalmente se le declaró culpable y fue sentenciado a 25 años de prisión. Naturalmente el acusado apeló y una segunda instancia definirá su sentencia final.

Estas líneas no pretenden ser un acercamiento de carácter jurídico sobre el proceso en si y las características del mismo. Tienen como intención, más bien, rescatar aquellas lecciones que nos ha dejado este capítulo de nuestra historia y que de momento aparecen de soslayo, casi tímidamente, en la escena pública, pero cuya importancia es innegable. Estas lecciones recogen la dimensión política y ética de un juicio que si bien deja algunas certezas y renueva de algún modo nuestra confianza sobre la justicia y las instituciones encargas de impartirla, también nos presenta nuevos escenarios, cuya configuración solo apenas empezamos a vislumbrar.

Desde lo político podemos reconocer algunas enseñanzas que deja el fallo del 7 de abril último. La primera de ellas es la reafirmación de los principios que organizan y garantizan la vida en democracia: igualdad ante la ley (juzgar a un ex presidente en su propio país deja una precedente de carácter universal), respeto irrestricto a la vida (naturalmente, la de las victimas de Barrios Altos y La Cantuta), acabar con la impunidad (frente a una larga tradición de dictadores que murieron sin ser juzgados). Pero estas lecciones, si bien tienen algo que decirnos a cada uno de nosotros, tienen mucho que decirles a quienes reciben el encargo, a cualquier nivel, de conducir el destino de un grupo de ciudadanos. El gobernante de turno recibe el poder de modo únicamente temporal y con cargo a rendir cuentas a quienes se lo otorgaron mediante el voto. Y ha sido la sociedad peruana, aquella que alguna vez lo eligió como Presidente de la República, la encargado de solicitar tal rendición de cuentas.

Desde el plano de la ética las lecciones son valiosas también. Tal vez la más importante de ellas es la distinción que se hace entre “fines y medios”, logrando deslegitimar un argumento utilizado muchas veces para justificar el crimen y la impunidad. Frases como: “Vivíamos una guerra, en toda guerra hay bajas de uno y otro lado”, “Él (Fujimori) logró vencer al terrorismo y así le pagamos los peruanos” parecen reflejar una mirada maquiavélica de los hechos. Es interesante reconocer en estos discursos una lógica perversa, en la cual “El fin = Vencer el terrorismo”; parece justificar cualquier “Medio = matar indiscriminadamente, ya que el escenario era un conflicto donde no se tuvo claro, casi hasta el final, a quien se le enfrentaba.” La ética establece una distinción entre lo necesario y lo contingente. Para la ética las acciones no suceden bajo una lógica de necesidad, es decir, siempre son así porque tienen que ser así. Desde la ética los hechos son más bien contingentes, vale decir, pueden ser de una manera o de otra. Bajo este argumento en una guerra, aún cuando es seguro que haya bajas de uno y otro lado, siempre es posible elegir entre hacer lo correcto o lo incorrecto. El ex presidente, desde esta lógica y desechando el argumento absurdo de su absoluto desconocimiento de los hechos, siempre pudo elegir hacer lo correcto y tuvo mas de una oportunidad para hacerlo.

Estas son tan solo dos lecciones que es importante recoger y compartir. Sin duda hay otras, pero esta historia aún no termina de escribirse, solo uno de sus capítulos ha concluido para convertirse un referente de nuestra vida política durante un buen tiempo. No perdamos la oportunidad de aprender de ello.

El rol de la universidad


¿Cuál es el rol que tiene la universidad en el desarrollo de un país? ¿Cómo puede vincularse de manera efectiva a los procesos económicos, sociales, productivos, tecnológicos, culturales y políticos de su entorno? ¿En que medida la universidad puede potenciar las fortalezas y oportunidades de cada región, haciendo operativos los proyectos y políticas que se establecen desde el sector privado o público, respectivamente? Este es tan solo un grupo de preguntas que pretenden ser puerta de entrada para un proceso de reflexión mas profundo sobre el rol que tiene “la universidad” como espacio de producción de conocimiento, como institución y desde su dimensión política. Veamos pues el rol de la universidad en este siglo XXI y evaluemos, a modo de test, en que medida nuestras universidades cumplen con algunas de las categorías que proponemos. Es el lector quien finalmente determinará si pasan, o no, el examen.

Desde la ciencia la universidad es el espacio privilegiado para la transmisión y producción de conocimientos. Pero no se trata de un conocimiento estéril, enajenado, divorciado de la realidad, sino más bien de uno que puede potenciar saberes previos y fomentar la construcción de nuevos. La universidad no solo debe reconocer las nuevas tendencias que vive cada sociedad, debe además, poder analizarlos e incluso, construir escenarios de futuros posibles (futuribles) que permitan intuir y solucionar con prontitud los problemas que afectan a los grupos sociales o que podrían afectarlos más adelante. Existe además, en esta búsqueda permanente de conocimiento de calidad, un conjunto de criterios que buscan medir si la institución esta efectivamente preparada para hacerlo. Veamos tan solo algunos de ellos: proporción entre el número de estudiantes y profesores, número de citas en publicaciones, número de docentes internacionales, docentes o exalumnos ganadores de premios Nóbel, entre los más importantes. Como bien refiere Carlos Fosca: “La diferencia, entonces, entre universidades latinoamericanas y las norteamericanas, europeas o asiáticas, es muy grande. ¿A qué se debe esto? Pues, precisamente, al principal indicador de la calidad educativa: la producción científica.” (1)

Desde la institucionalidad, la universidad no solo debe participar activamente como miembro de la sociedad civil, debe ser también un referente de consulta obligado y actor protagónico en los procesos que emprende cada sociedad. La universidad como institución no solo se construye hacia dentro, también lo hace hacia fuera, estando una y otra dinámica estrechamente vinculadas. Hacia dentro una institución universitaria de calidad se construye apoyada en valores como la libertad, la honestidad, la búsqueda permanente de la excelencia, la identidad y la fraternidad. Es sobre estos valores sobre los cuales se puede pensar en relaciones más horizontales entre docente y alumno, en autoridades cuyo horizonte sea el desarrollo de la universidad, en estudiantes que posean no solo conocimientos o habilidades, sino también actitudes que reflejen de los valores de la universidad. Hacia fuera la universidad tiene un compromiso como interlocutora frente a los grandes problemas del país.

La política, finalmente, podría ser una categoría que sintetice las dos anteriores, tanto la científica como la institucional. Ello en la medida que la creación científica debe estar orientada a mejorar las condiciones de vida de la sociedad en general y en particular de aquellos grupos con mayor necesidad. Además, una verdadera institución, no solo buscará el incremento de capital humano y capital social, sino se mantendrá vigilante frente al respeto y promoción de los valores que la identifican en la sociedad. Es pertinente la reflexión sobre el sentido de la política que hace la filosofa judía Hannah Arendt y que podemos relacionarla con el sentido de la universidad: “Misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido mas amplio. Es ella quien hace posible al individuo perseguir en paz y tranquilidad sus fines no importunándole – es completamente indiferente en que esfera de la vida se sitúen dichos fines: puede tratarse, en el sentido antiguo, de posibilitar que unos pocos se ocupen de la filosofía o, en el sentido moderno, de asegurar a muchos el sustento y un mínimo de felicidad”.(2) Es interesante preguntarse en que medida la universidad contribuye con este fin de la política desde su misión institucional.

Hemos presentado tres categorías que pretenden evaluar de alguna manera el rol de la universidad en la sociedad peruana. Como mencionábamos al inicio de este artículo, queda en manos de cada lector evaluar la brecha existente entre el “deber ser universitario” y la situación actual. Solo en la medida que podamos reconocer las carencias y limitaciones de la universidad peruana, podremos proponer alternativas que permitan vincular a la universidad de manera efectiva con la sociedad que la cobija. La universidad no solo es pasado y presente, es también posibilidad.

(1) Fosca, Carlos. La medición de la calidad universitaria en el ranking internacional. En: http://palestra.pucp.edu.pe/index.php?id=326&num=3 (Última consulta: 26 de abrid de 2009)
(2) Arendt, Hannah. (1997) ¿Qué es la política? Madrid: Ed. Paidos p. 67

martes, 7 de abril de 2009

Los peruanos y la democracia


La democracia es definida, de modo casi general, como aquella forma de gobierno basada en la división de poderes, elecciones periódicas, igualdad ante la ley (cada individuo, por ejemplo, representa un voto) y posibilidad de participar en distintos niveles de la vida política, ya sea como elector o como elegido. Sin embargo, más allá de esta concepción formal (que parece reunir todos los atributos de este modelo) la imagen, la definición, la valoración y la práctica democrática en nuestro país parecen tener variados matices. No solo ello, la democracia para amplios sectores de la ciudadanía parece convertirse en causa y al mismo tiempo efecto que explicaría los problemas de nuestra sociedad. Ello explica no solo esa búsqueda incesante de mano dura como solución a los problemas del país, expresadas recientemente en las preferencias electorales de cara a las elecciones presidenciales del 2011, sino también y de manera cotidiana, como nos relaciones entre “nosotros”. Veamos cada uno de los matices democráticos de nuestra sociedad.

Las imágenes construidas en torno a la democracia en nuestro país son varias. Recojamos tan solo una de las más recientes y sobre la que hace mención en una conferencia en la Universidad de Harvard (EE.UU.) la defensora del Pueblo Beatriz Merino. En esta actividad académica presenta una cifra que nuevamente nos pone en alerta: “…solo el 37 % de los peruanos cree en la democracia ya que para ellos…solo favorece a las minorías y no permite el acceso a bienes y servicios públicos primarios de calidad a la mayoría.” Podemos apreciar una imagen deteriorada de la democracia, asociada a la satisfacción de necesidades básicas y excluyente per se, ya que solo beneficia a las mayorías. Este dato es tan solo la puerta de entrada de los que vienen más adelante.

Las definiciones sobre la democracia en el Perú son igualmente interesantes. El Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP por sus siglas en inglés) analiza las concepciones sobre democracia en dos perspectivas, una que pone el acento en definiciones tradicionales (libertad, igualdad, participación y protección) y otra que pone el énfasis en la racionalidad de las creencias. Es decir, si se apoya a la democracia por lo que ella representa o, en cambio, por lo que ella nos puede proveer. En el caso del Perú un 43 % la define como libertad. Sin embargo, el dato más sugerente parece ser la relación directa que habría entre mayor edad, mayor nivel educativo, mejor ingreso y mejor lugar de residencia como características esenciales del grupo que relaciona democracia con libertad. Es decir, una mayoría relativa la define en función de lo que representa, más de lo que provee.

A nivel de valoración, el Informe Latinobarometro 2008 utiliza dos variables que son reveladoras respecto a cuanto estimamos los latinoamericanos en general y los peruanos en particular la democracia: Apoyo y satisfacción. La diferencia entre una y otra esta dada en la medida que un ciudadano puede aprobar una forma de gobierno (apoyo) aún cuando sienta que ella no necesariamente generará algún tipo de beneficio particular para él (satisfacción). El apoyo a la democracia en nuestro país según el informe (45%) se encuentra bastante rezagado en la región, solo por encima de México, Guatemala y Honduras. Los niveles de satisfacción (16%) son más dramáticos aún, siendo últimos en la región. El Informe parece concluir que mientras el apoyo y la satisfacción con la democracia parecen consolidarse (a paso lento, pero firme) en la región, nuestro país parece mas bien condenado a vivir seducido a la opción autoritaria.

Frente a las prácticas democráticas, el PNUD propone que una concepción y valoración negativa de la democracia podría explicarse desde su (poca) práctica en las células sociales: la familia, el trabajo y la vida en comunidad. Preguntas como “¿Han sido formados los peruanos en el espíritu de la democracia? ¿Cómo se comportaron con ellos sus padres, o quienes los criaron, y como ellos, a su vez, crían a sus hijos?” muestran una dimensión mas profunda de la practica democrática. El informe da cuenta de una formación autoritaria de los peruanos, la voz patriarcal era la única voz. 59.7 % de las personas indicaron que las decisiones paternales (o de quien hiciera las veces del padre durante su formación) eran inapelables. Esta concepción de la autoridad nuevamente varia en función de la educación y el ingreso, siendo los sectores mejor educados y con mejores ingresos aquellos donde el autoritarismo paterno registra menores niveles.

Finalmente, el sentido de estas cifras no busca sostener una imagen pesimista sobre el rol que ha jugado la democracia en nuestra vida republicana. Al presentarlos se pretende también dar cuenta de lo avanzado en la construcción de ciudadanía en nuestro país, pero sobretodo insistir en el inmenso trabajo que queda por hacer. Esta no pretende ser una reflexión maniquea de “vaso medio lleno o medio vacío”. Más bien, insiste en un vaso que se ha estado llenando poco a poco. No olvidemos que el fantasma del autoritarismo acecha siempre.