viernes, 26 de diciembre de 2008

Una institución llamada navidad


¿Qué es lo primero que viene a nuestra mente cuando pensamos en instituciones? Probablemente, la primera imagen, sea la de un edificio, lleno de oficinas y escritorios, con personas yendo de un lado para otro, cada una con obligaciones definidas. Otro grupo posiblemente al piense en las instituciones como las instancias públicas donde se realiza algún tipo de trámite. A su memoria viene alguna municipalidad, alguna comisaría, algún ministerio donde tuvo que asistir e ir aprendiendo en el camino los pasos necesarios para obtener aquello que justifica su visita.

Sin embargo, ¿Cuántas veces hemos pensado en las instituciones como prácticas, reguladas socialmente, que han pasado por un largo proceso de construcción, que cumplen una determinada función , siendo la principal facilitar nuestro acceso a la vida en común, en sociedad? Efectivamente, si bien la primera imagen al pensar en las instituciones puede ser la de una entidad, reparamos pocas veces que ella es tan solo la expresión material de un conjunto de procedimientos, tradiciones, valores, símbolos y formas de concebir el mundo y las relaciones. Con este antecedente pretendemos acercarnos a una festividad pocas veces pensada como una institución: la navidad. Y nos acercaremos a ella considerando tres elementos que son parte constitutiva de las instituciones: las prácticas, los símbolos y los valores.

Desde las prácticas, una de las características más importantes que podríamos reconocer en la navidad es el consumo. Sea a través de regalos, adornos para el hogar, alimentación, una de las críticas sobre la fiesta que hoy nos ocupa es haber perdido su sentido inicial, habiéndose trastocado por la adquisición desenfrenada de más y más bienes. Las campañas publicitarias en esta época del año bombardean constantemente a los consumidores que pueden asumir, consciente o inconcientemente, una relación directamente proporcional entre mayor consumo va de la mano con mayor felicidad.

Los símbolos son otro elemento importante que podemos observar en está época del año. Desde hace muchos años me pregunté ¿Por qué utilizar unas bolitas blancas de tecnopor que representan la nieve, en lugar como Arequipa donde nunca ha nevado? Las preguntas, antes que cesar, se acrecentaban frente a muñecos de nieve, los bastones bicolores, los trineos y el chocolate caliente en una época del año que no se caracteriza precisamente por las bajas temperaturas. Una de las fortalezas que asegura la sobrevivencia de las instituciones en el tiempo es su capacidad de adaptarse. En este caso, nuestra navidad no solo ha ido incluyendo nuevos elementos con el paso del tiempo, sino que ellos han sido cada vez más familiares para nosotros que pasan casi desapercibidos. Pegar en la ventana de la casa un muñeco de nieve sin haber visto (y menos hecho) nunca uno, es un claro indicador de un elemento que ha pasado a formar parte de la cultura.

Finamente, el lector atento podrá preguntar ¿entonces, cual es el sentido de la fiesta? ¿Acaso yo no puedo celebrar como crea conveniente? ¿Si tengo los medios y el deseo, que me impide consumir? Podemos estar de acuerdo en la importancia de la decisión individual, pero no debemos que las instituciones no son prácticas aisladas y carentes de norte, ya que poseen un carácter social y un sentido que nos muestra su razón de ser. En el caso particular de la navidad, ello se traduce en no solo “recibir”, sino también en “dar”. Sin embargo, aquí puede aparecer otro cuestionamiento, ¿dar, a quienes? ¿Donde? ¿Cómo y cuanto? Es posible, en este punto, reconocer otra distorsión importante de la institución navideña, ya que este imperativo moral de dar y compartir se manifiesta de manera casi exclusiva en esta época del año. Frente a esta obligación “navideña” de dar a “los más necesitados” es importante preguntarnos si hacerlo una vez al año no ocasiona más mal que bien.

A modo de conclusión y tratando de recoger la esencia de la institución valiéndome de la etimología de la misma: navidad, natividad, nacimiento. Pero, ¿nacimiento de quien? Para los cristianos de Jesús. Y, ¿para los demás? Aquí quisiera prestarme una de las ideas que siempre me emociona de la filosofa judía Hannah Arendt, que podría permitirnos hablar de natividad en términos mas ecuménicos e inclusivos: “El nacimiento habla de limitación porque no existíamos antes de nacer, no somos por tanto ilimitados. Nuestro nacimiento nos sitúa en un mundo ya viejo, pero habla de posibilidades nuevas, de renovación y renacimiento, de este mundo viejo. Tomar la finitud desde el punto de vista del nacimiento implica que estamos ciertamente marcados e influenciados por el mundo en que nacemos y que no hemos creado, pero indica también que el mundo puede renovarse, puede nacer de nuevo…”. (1)
Podemos (todos) nacer nuevamente. He allí nuestra esperanza, nuestra posibilidad, nuestra responsabilidad.

(1) MacCarthy, Michael (2000) El pensamiento político de Hannah Arendt. Lima: Instituto Ética y Desarrollo – E. S. Antonio Ruiz de Montoya.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El hombre y la naturaleza


Hace pocos días, una noticia llamó poderosamente mi atención. Debido al agotamiento de la represa Pillones y al retraso de las lluvias de temporada, Arequipa se quedaría sin agua en pocos meses. Me preguntaba por el impacto que podría haber causado la mencionada noticia en la ciudadanía arequipeña, además de la preocupación natural por una situación en la que el hombre parece tener escasa capacidad de agencia. Sin embargo, una pregunta de fondo, que aparecía de manera insistente, estaba orientada a la relación entre el hombre y la naturaleza: ¿Cuándo empezó este divorcio perverso entre ambos y que se manifiesta en noticias como las que inspiran este artículo?

La modernidad parece ser un punto de partida de este quiebre. Esta época marca en la humanidad el inicio indetenible del avance científico. Los antiguos lazos que eran la religión y la tradición, que parecían tener maniatado al hombre, finalmente pueden desatarse y transformarse en ciencia y tecnología. El hombre, antes condenado a vivir y morir en un mundo ‘ya dado y sin posibilidad de cambio’, irrumpe en la historia y transforma el orden de la cosas, un orden considerado obsoleto y oscuro. En este nuevo orden, el ser humano se coloca por encima de todas las cosas que se convierten, de manera inmediata, en medios necesarios para lograr su desarrollo, ahora concebido como posible y deseable. Desde esta concepción antropocéntrica, la naturaleza esta a su servicio y es, de alguna manera, desacralizada. Deja de poseer un carácter intangible para convertirse en insumo del progreso.

Como refiere Maria Rosales “En las culturas premodernas, incluso en las grandes civilizaciones, los seres humanos se percibían a sí mismos esencialmente como entes estrechamente relacionados con la naturaleza, por lo cual las vidas humanas estaban unidas a los caprichos de esta, es decir, a la disponibilidad de fuentes naturales de subsistencia o a la abundancia o escasez de cosechas y animales de pastoreo, así como al impacto de los desastres naturales. El industrialismo trastoca de manera profunda la percepción del hombre sobre el mundo que lo rodea, al descubrir que ya no coexiste ‘dentro’ de la naturaleza, sino que ahora puede existir ‘sobre’ ella.” (1) Es el paso del determinismo ambiental, en el que el hombre esta sometido a los designios de la naturaleza y a la idea de ‘fortuna’, al control de la naturaleza, con ese instrumento recién descubierto y de posibilidades infinitas: la ciencia. Sin embargo, muchas veces olvidamos el carácter instrumental de la ciencia. Es decir, su uso está definido por el sentido que le de el usuario de turno y por la carga valorativa que este posea. No es lo mismo un cuchillo en manos de un chef que en las manos de un delincuente.

Las concepciones sobre el lugar del hombre en la naturaleza en otras culturas difieren de la concepción occidental y moderna. Parece existir una visión compartida en diferentes culturas del hombre como ‘parte de’ la naturaleza. Desde esta mirada, no solo es parte de un orden, sino también posee el deber de mantener el frágil equilibrio del mismo. Las relaciones que se establecen antes que utilitarias (tomo todo aquello que me sirva) son mas bien recíprocas, buscando recibir y devolver aquello que brinda la naturaleza. Fernando Silva Santisteban grafica acertadamente esta relación en el mundo andino: “… el hombre andino se considera habitante de un mundo en común con los demás seres de la naturaleza y participa juntamente con ellos de su entorno de la vida y de los dones que le da la Mama Pacha. También junto con todos los demás esta animado de un profundo sentimiento de reciprocidad: siente que si algo recibe tiene que retribuirlo, sobretodo a quienes le dan la vida, lo protegen y le sirven de alimento. Mientras que en el hombre occidental esta relación es fría y desigual, en el hombre andino es cálida, reciproca y afectiva” (2)

¿Cual es el camino entonces en la construcción de una nueva relación del hombre con la naturaleza? La respuesta parece ser rescatar lo mejor de cada tradición: en el caso de la modernidad occidental, no olvidar que el fin es el desarrollo del hombre, pero no validando cualquier medio. La ciencia esta puesta a su servicio, pero no a costa de una naturaleza convertida en objeto y depredada de manera irracional. De las diferentes tradiciones culturales no occidentales, recoger el manejo equilibrado y sostenible de recursos, pero sin caer nuevamente en el determinismo y el sometimiento a los designios naturales. Un elemento más que puede conciliar ambas concepciones del mundo es la responsabilidad ética para un mundo que aunque nos pertenece, no es solo nuestro, ya que es también de los que vendrán más adelante, aunque todavía no estén aquí.

(1) Rosales Ortega, Maria del Roció. Modernidad, naturaleza y riesgo. En: bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/campus/soto/Colaboraciones%20Ortega.pdf – (Última consulta: 8 de diciembre de 2008)
(2) Silva Santisteban, Fernando. Occidente y mundo andino. En http://sisbib.unmsm.edu.pe/BibVirtualData/libros/Sociolog%C3%ADa/Anuario_Religion/occidente.pdf (Última consulta: 7 de diciembre de 2008)