viernes, 28 de noviembre de 2008

Pasiones políticas


¿Son las ideas y la argumentación, construidas racionalmente, los elementos más importantes en la política? ¿Los partidos, movimientos, agrupaciones (cada una con sus características particulares) encuentran horizontes de sentido y realización exclusivamente en ellas? Y la ciudadanía ¿elige necesariamente la idea mejor sustentada, el plan más coherente, la propuesta más real? Esta es una visión de la actividad política que ha centrado su análisis de manera tradicional en las dimensiones racionales de la misma, sin reconocer otras igualmente valiosas como pueden ser, por ejemplo, las pasiones. Pero, ¿A que pasiones nos estamos refiriendo? ¿Cómo pueden relacionarse estas con la política? y ¿Cuan importante es recogerlas en la reflexión sobre el poder? Tratando de responder estas preguntas y, buscando además, suscitar otras, buscaremos adentrarnos en esta dimensión poco conocida y menos valorada de este aspecto del quehacer humano: la pasión en la política.

La pasión, en occidente, ha seguido un sendero tortuoso y, muchas veces, lleno de contradicciones y ambigüedades. La voz griega pathos, traducido literalmente como pasión, podía tomar varias acepciones: modos de persuasión (uso de los sentimientos humanos para afectar el juicio de un jurado o de un auditorio), desenfreno, desorden, tristeza, padecimiento, enfermedad. Con el transcurso del tiempo, el pathos (la pasión) que solía poseer varias definiciones, paso a entenderse principalmente como ‘enfermedad’. Ello implicaba, naturalmente, un cambio de mirada sobre las pasiones, antes concebidas como expresión legítima y natural del individuo, para pasar a convertirse en expresión desordenada, poco controlada, instintiva, que debía reprimirse a toda costa.

Como refiere Silvia Vegetti: “Si Aristóteles hablaba de ‘catarsis’, es decir, de purificación por medio del agotamiento de los furores pasionales, significa que en ellos hay algo impuro, sacrílego, que debe ser reconducido al espacio de la racionalidad y de la polis” (1) Las pasiones fueron desacreditas como expresión valida en el terreno de lo público y quedan sometidas, bajo severas restricciones, en muchos casos mediadas por la cultura, al ámbito de lo privado. Para Vegetti “…es significativo que la genealogía de nuestra civilización se organice predominantemente sobre el eje de la represión pasional, sobre la interiorización y el control de las emociones, contrapuesto a su expresión libre y espontánea”. (2)

Pero, estas expresiones desordenadas, instintivas, destructivas y disgregadoras ¿como se relacionan con lo político? ¿Donde podemos encontrarlas, sea como elaboración conciente o expresada de manera inconciente en los diferentes actores políticos? Los procesos electorales parecen ser un espacio especialmente rico en manifestaciones pasionales. La idea de cambio, que se desprende de muchas propuestas, se convierte también en sensación, en sentimiento, en condición. Esta lleva consigo un matiz esperanzador a los sufridos seguidores que creen ver en el representante la posibilidad de un mundo nuevo y más justo.

Hace poco menos de tres semanas, Barack Obama, presidente electo de los Estados Unidos, pronunciaba un discurso que apelaba no únicamente a recetas para enfrentar la crisis financiera o el descrédito mundial expresado en el unilateralismo que le hereda su antecesor. Sabía que las 65 000 personas congregadas en el Parque Grant de Chicago ÿ los millones que lo seguían por televisión e Internet, buscaban algo que vaya más allá de las soluciones para enfrentar la situación presente, un salto de la razón al sentimiento: “Estos son nuestros tiempos, para dar empleo a nuestro pueblo y abrir las puertas de la oportunidad para nuestros pequeños; para restaurar la prosperidad y fomentar la causa de la paz; para recuperar el sueño americano y reafirmar esa verdad fundamental, que, de muchos, somos uno; que mientras respiremos tenemos esperanza. Y donde nos encontramos con escepticismo y dudas y aquellos que nos dicen que no podemos, contestaremos con ese credo eterno que resume el espíritu de un pueblo: Sí podemos.”(3)

La esperanza en política, aunque algo marchita por el paso del tiempo y de las promesas incumplidas, parece reverdecer con cada nueva elección. Esta sensación que el cambio es posible se manifiesta aún cuando el panorama puede ser sombrío y la realidad mas que complicada. Pero es, sin duda, una responsabilidad inmensa que se deposita en el nuevo ‘delegado del poder’. Es importante reconocer también que los sueños no cumplidos pueden generar nuevas pasiones, antagonistas de la esperanza: frustración, violencia, miedo, recelo. La época electoral, en particular, y la política, en general, parecen ser el espacio privilegiado donde es posible volver a creer o descreer. Sin embargo, la esperanza aunque puede alimentarse de diferentes maneras, termina siendo tributaria de una sensación de fondo: el cambio es posible.

(1) Vegetti, Silvia (1998) Introducción en Historia de las Pasiones. Bs. As. Ed. Losada. p. 11
(2) Ibid. p. 18
(3) En: http://www.lajornadanet.com/diario/archivo/2008/noviembre/6/2-2.html (Última consulta: 20 de Noviembre de 2008)

martes, 11 de noviembre de 2008

Nosotros y los ‘otros’


Una tendencia natural, en las sociedades de todo tiempo y lugar, ha sido concebir su modo de vida, sus costumbres, sus instituciones y sus creencias, es decir, su cultura, como el único válido frente a ‘otras’ maneras de concebir la vida en sociedad. Se asumía, conciente o inconcientemente, una superioridad implícita y casi natural al comparar ‘mi cultura’ frente a ‘otras’ formas de vida. Más allá de ese entorno, en el que cada individuo se mueve con la seguridad que brinda pertenecer a una determinada sociedad, lo que existía era concebido como inferior, atrasado, salvaje, desconocido, pero también peligroso.

Sin embargo, descubrir qué hay más allá, a pesar de toda la carga de prejuicios y estereotipos que recorrían los imaginarios de las sociedades autodenominadas como civilizadas, ha sido también una constante en la historia del hombre. Inicialmente a través de exploradores, aventureros, viajeros, misioneros, conquistadores, entre los más importantes. Todos ellos tenían en común esta fascinación por lo diferente, lo exótico, lo desconocido. Pero, es necesario precisar, era lo único que tenía en común este abanico diverso de personajes, ya que su inquietud tenía diferentes motivaciones. En algunos casos, la búsqueda del conocimiento para los científicos y exploradores era la fuerza que permita vencer los miedos. Para otros, la ambición por tesoros milenarios se transformada en obsesión, relativizando la idea de vida y muerte, tanto la del conquistador como la del conquistado. Extender la fe propia, entendida como la “verdadera”, era una tercera motivación que convertía la llegada al paraíso (junto con algunos intereses terrenales no tan santos), en un premio que justificaba las empresas más arriesgadas.

De estas tres motivaciones que acabamos de apreciar, es posible establecer también distintas maneras de relacionarnos con los portadores de un modo de vida diferente. Desde la búsqueda del conocimiento el ‘otro’ se convertía únicamente en objeto de estudio. Era aquel sobreviviente de un pasado milenario que se revelaba en el presente como una supervivencia memorable y digna de ser estudiada. Todas las manifestaciones, creencias, costumbres y formas de organización eran una imagen exótica, llamativa, aunque ya superada, asociada mecánicamente con un estado de desarrollo temprano del hombre. El explorador las comparaba con la sociedad de la que provenía, asumiendo que su modo de vida era cualitativamente superior respecto a aquel que observaba con casto interés científico y un cierto aire compasivo.

La segunda motivación implicaba, de manera similar que la anterior, una manera jerárquica y utilitaria de relacionarse con los grupos diferentes. La cultura distinta es valorada únicamente en función de la posesión de un bien de interés. Esta posesión es relativa, ya que por la fuerza o por otros medios, el poseedor termina siendo despojado de ella, bajo el supuesto que el nuevo dueño sabrá aprovechar de mejor manera los recursos. Probablemente la imagen que llegue a nosotros sea la de todas aquellas conquistas cuyo móvil estaba dado fundamentalmente por despojar de recursos a los ‘otros’. Me animo a preguntar que medida la extracción indiscriminada de recursos son una expresión actual de esta falacia que la encumbre y justifica: “Yo sabré utilizar mejor estos recursos que tú”.

Finalmente, reflexionemos sobre las motivaciones, no siempre apostólicas, de muchos misioneros. Bajo el supuesto de poseer la fe verdadera, muchos se empeñaron en extenderla, concibiendo que solo pudiera llegar la salvación a aquellos grupos mediante la conversión y el abandono de prácticas paganas que los habían mantenido sumidos en la ignorancia y la herejía. Anunciar la buena nueva se convertía en un ‘deber moral’ de aquellos a quienes se les había revelado la verdad, siendo su tarea inmediata extenderla por todo el mundo.

Naturalmente no son las únicas, pero posiblemente sean las motivaciones más importantes que han empujado a los hombres de muchas generaciones en este encuentro con el diferente. Sea como objeto de estudio, como poseedor inconciente de riqueza o como portador de una creencia equivocada, estas relaciones han estado teñidas, en mayor o menor grado, por estas imágenes donde las ideas de superioridad, verdad y redención se resumían en una visión dicotómica del mundo: ‘nosotros’ y los ‘otros’. Nosotros con la civilización, la modernidad, la ciencia y la verdad como características esenciales. Los otros con el salvajismo, la tradición, el mito y el atraso como condición, en algunos casos, irredimible.

Una pregunta final, que busca trascender esta visión dual del mundo y ayudar a superar los prejuicios que todos poseemos, en distintos niveles, en el encuentro con el diferente ¿Cual es aquella característica que, por encima de la diversidad existente, nos humaniza a todos? La idea de dignidad del hombre, como una característica universal que poseen todos los seres humanos, puede ser una clave desde la cual es posible construir comunidad en medio de la diversidad existente. Si hay algo que nos iguala es que todos somos valiosos, no por pertenecer a una u otra cultura, sino por el simple hecho de ser hombres.