lunes, 27 de octubre de 2008

Antropología de la corrupción II


La corrupción, retomando la reflexión del anterior artículo, parece abordarse exclusivamente desde tres ámbitos que ofrecen pocas posibilidades de analizarla en profundidad: lo económico (obstáculo frente al crecimiento y desarrollo), lo personal (motivaciones para obtener beneficio privado de un bien público) y lo normativo – universal (una solo manera de entenderla y afrontarla, a través de leyes y regulaciones). Los resultados, frente a esta concepción, no han sido precisamente efectivos y cada cierto tiempo acudimos a un nuevo hecho de corrupción que pone en tela de juicio los intentos más serios por abordarla. Veamos como, desde la antropología, se presentan argumentos contrarios a cada una de ellas.

Abordar la corrupción exclusivamente desde lo económico implica soslayar otras dimensiones igualmente importantes. Esta visión parte desde una concepción parcial de desarrollo, que privilegia exclusivamente el crecimiento macroeconómico en detrimento de otras dimensiones igualmente importantes, como el desarrollo humano y social. Desde esta perspectiva, la corrupción solo se convertirá en un problema en la medida que frene el comercio, las tasas de crecimiento o el PBI. Sin desconocer el peligro que representa la corrupción frente a los elementos del crecimiento económico antes mencionados, el reto parece ser abordar la corrupción como un “hecho social total”. Es decir, reconocer como afecta a toda la sociedad y como a través de la corrupción se vinculan diferentes prácticas e instituciones, no solo las de carácter económico

Desde lo individual, la antropología propone un concepto que puede reconocer mejor la estructuralidad del fenómeno: las redes sociales. Este es el concepto sociocultural más mencionado en los estudios sobre la corrupción en sociedades no occidentales. Para Huber: “La mayoría de estos países cuenta con un Estado demasiado indigente como para implementar programas sociales sostenibles para su población, que bien o mal tiene que recurrir a sus redes sociales para lograr un cierto nivel de estabilidad económica.” (1) Hablar de redes sociales implica reconocer que el fenómeno trasciende la dimensión individual y que es más bien sostenido y alentado por nexos poco visibles desde fuera y con una gran capacidad de adaptabilidad. Naturalmente, estas redes están unidas por motivaciones que trascienden lo personal, compartiendo símbolos, discursos y juicios de valor sobre lo que es válido o inválido en función de alcanzar los objetivos deseados. Es la transgresión, legitimada y premiada socialmente, que hace cada vez más relativos, moralmente, los medios para alcanzar los fines proyectados.

Desde la universalidad, la antropología pretende contextualizar el fenómeno desde su particularidad. Para ello, incorpora la variable cultura, que busca reconocer en la universalidad del fenómeno, sus características peculiares. “Lo que es considerado como corrupto desde un punto de vista (político, social, económico o moral), puede ser considerado como más o menos legítimo desde otro punto de vista. Puede darse un cierto grado de tolerancia ante formas de la corrupción que son consideradas como un mal necesario o inevitable” (2)

¿Como se relaciona la cultura peruana, en un sentido antropológico, es decir, como modo de vida, frente al respeto a la ley? ¿Qué motiva en los peruanos su respeto o transgresión en la vida cotidiana? ¿Qué tipo de complicidades encontramos cuando decidimos burlarla? ¿Qué clase de redes promueven, sostienen, alientan la corrupción? Estas preguntas no solo van dirigidas a las grandes mafias que operan de manera silenciosa, hasta verse descubiertos y negar cínicamente su responsabilidad. Van orientadas también a las “pequeñas corrupciones” que pasamos por alto, que forman parte del paisaje y cuya frecuencia las ha normalizado como procedimiento. No consideramos que estos actos, que pueden parecen poco importantes, puedan convertirse en una suerte de bola de nieve, que empieza muy pequeña, pero en cuyo camino va creciendo de manera insospechada, arrasando con todo a su paso, sin nada que se atreva a detenerla.

¿De que tamaño es la bola de nieve que formamos cada día en nuestra sociedad? Sin duda hay quienes contribuyen afanosamente en que crezca cada vez más, precisamente porque su sobrevivencia esta en estrecha relación con el tamaño de esta bola. Otros justifican sus pequeñas faltas bajo el argumento falaz que todo el mundo lo hace y ‘no pasa nada’. Una minoría la condena a viva voz, pero no logra establecer un compromiso político que conjugue esfuerzos para reconocerla y enfrentarla. Estos tres grupos muchas veces conviven en una relación simbiótica, a veces parasitaria, pero sin duda perversa. Y usted, amable lector, ¿en que grupo se reconoce?

(1) Huber, Ludwig. Hacia una interpretación antropológica de la corrupción. En: cies.org.pe/files/ES/bol66/06-huber.pdf (Última consulta: 20 de octubre de 2008)
(2) Pardo, Italo. En Ludwig Huber Op. Cit. P 24

sábado, 11 de octubre de 2008

Antropología de la corrupción


La corrupción nuevamente parece sacudir los cimientos de la institucionalidad en el país. Asistimos, otra vez, con una mezcla perversa de interés ciudadano y morbo criollo, a un nuevo escándalo que parece confirmar que la corrupción antes que una práctica excepcional en las distintas esferas de la vida publica y privada, se convierte en un procedimiento, en norma, en el modo como únicamente pueden funcionar ciertos sectores de la sociedad. Esta situación, puede enfrentarnos a más de un dilema ético: Nos adaptamos cínica y cómodamente a ella ó nos convertimos en una suerte de quijotes modernos, enfrentando indesmayablemente molinos de viento, aunque las posibilidades de resultar vencedores sean pocas.

La corrupción en nuestro país no es solo coyuntural, es especialmente histórica. Algunos investigadores (Alfonso Quiroz, Jeffrey Klaiber) reconocen una raíz colonial en ella, que se recrea en distintas etapas de nuestra historia. Julio Cotler la reconoce como una herencia colonial, identificando una frase en particular que parece resumir como hemos entendido la corrupción desde hace varios siglos: “Los encomenderos, corregidores, comerciantes ricos, escolásticos y hacendados resistían pasivamente la administración colonial, impidiendo así la aplicación de las erráticas disposiciones legales y compartiendo con los funcionarios las ventajas de ‘la ley se acata, pero no se cumple‘” (1)

Es importante reflexionar también sobre como abordamos el problema de la corrupción. Dos parecen ser lo errores que no permiten analizarla convenientemente, teniendo como consecuencia políticas parciales, sesgadas y con pocos resultados al momento de enfrentar el fenómeno.

El primero de los errores es no contextualizar la corrupción. Ello pasa por “ubicar el problema de la corrupción no como una actividad con expresiones idénticas y objetivas en todos los espacios, sino como una práctica social con variaciones locales y diacrónicas.”(2) Un mejor acercamiento a la corrupción implicaría incorporar la variable cultura en nuestro análisis. Algunas preguntas pueden ayudarnos en ello: ¿Cómo percibimos los peruanos la corrupción? ¿Cuáles son nuestros juicios de valor frente a ella? ¿La condenamos en público, pero la justificamos secretamente en privado?

Un segundo problema, al abordar la corrupción, es percibirla únicamente como un problema económico y social, no político. Es percibir la corrupción como: “…una disfunción institucional que aflora siempre y cuando las políticas económicas no son bien diseñadas, el nivel de educación es bajo, la sociedad civil subdesarrollada y la accountability del sector público débil. Como la corrupción es explicada con la actitud rentista de los funcionarios públicos, debe ser superada a través de la desregularización, es decir, mientras menos burocracia, menos corrupción.”(3) Un enfoque que no reconoce a la política y a la cultura política como elemento esencial para entender las causas de la corrupción y poder enfrentarlas de mejor manera. El tipo de enfoque que sugiere que un empleado mejor pagado tendrá menos motivos para recibir dinero de manera ilegal, cuando en la práctica podemos percibir que no necesariamente existe una relación de causalidad entre uno y otro.

Ludwing Huber parece encontrar las claves al abordar el fenómeno de la corrupción desde la antropología. Para Huber “Las interpretaciones antropológicas de la corrupción parten de la premisa que las definiciones normativas y legales que utilizan los estudios económicos son demasiado limitadas para explicar el fenómeno. En antropología, la corrupción es considerada una práctica social compleja con sus variaciones locales, donde se entremezclan prácticas como el nepotismo, el abuso de poder y la malversación de fondos públicos con estructuras particulares de reciprocidad y de poderes locales. Es decir, la corrupción no existe en el vacío social. Para entenderla hay que (re)contextualizarla.” (4)

¿Cómo podemos enfrentar al ‘monstruo’ si no lo conocemos? ¿Cuáles son sus debilidades y fortalezas? ¿En que medida nos escandalizamos con la gran corrupción, aquella que es filmada o grabada, pero tenemos una actitud tolerante y hasta justificativa con las transgresiones que podemos cometer con mayor o menor frecuencia en nuestra vida cotidiana? Para seguir pensando en un fenómeno cuya reflexión no debemos permitir que se convierta únicamente en una moda, hasta que otro hecho irrumpa en la escena súbitamente y desvíe la mirada de casi todos. Digo casi todos porque ya sabemos quienes trabajan, mientras los demás dormitan.

(1) Cotler, Julio (2006) Clases, Estado y Nación en el Perú. Lima: IEP. 1ª reimp. p. 69
(2) CIES (2007) Hacia una interpretación antropológica de la corrupción. En: Economía y Sociedad 66 p. 44
(3) Idem. p. 45
(4) Idem. p. 46

sábado, 4 de octubre de 2008

Los poderes invisibles



¿Quién tiene más poder en el país? ¿Quiénes lo acompañan en la lista? ¿Que otros liderazgos podemos reconocer y quienes lo encabezan en espacios no políticos, en un sentido tradicional del término? Estas y otras interrogantes busca responder la famosa Encuesta del Poder en el Perú, que anualmente Apoyo Publicaciones lleva a cabo. La edición 2008 de esta encuesta tuvo la particularidad de recoger no solo el punto de vista de los líderes de opinión, sino también del público general. (1)

Esta encuesta ratifica al Presidente Alan García y al Premier Jorge Del Castillo como los personajes públicos más poderosos en el país por tercer año consecutivo. Reconoce además otros personajes que destacan en sus respectivos sectores: Dionisio Romero (Empresarios), Mario Huamán (Líderes gremiales), Pedro Pablo Kuczynski (Economistas) y Mario Vargas Llosa (Intelectuales), entre los más importantes. Incluye otras preguntas interesantes, como ¿Qué peruanos deberían desempeñar en un papel más activo en la política en el futuro? donde Roque Benavides figura primero en la lista. Una segunda pregunta destacable es ¿Quiénes son los extranjeros (no residentes) con mayor influencia sobre el Perú? Adivinen, estimados lectores, ¿quien encabeza la lista? Efectivamente, Hugo Chávez, seguido de su ‘entrañable amigo’ George Bush. Finalmente, una pregunta que presentamos de manera combinada, ya que la persona elegida es la misma: ¿Quiénes son las personas que tienen mayor poder de desestabilización en el país? y ¿Qué peruanos deberían retirarse definitivamente de la política? Ollanta Humala ocupa el primer lugar de ambas, lugar privilegiado que difícilmente agradará al ex Comandante EP y líder del Partido Nacionalista.

Pero, ¿Qué tipo de poder mide esta encuesta? Aparentemente, el poder público, aquel que es reconocido por todos y cuyo ejercicio cotidiano refuerza la imagen que proyecta o busca proyectar. Sin embargo, ¿que hay de esos poderes invisibles, que precisamente tienen su mayor virtud en subyacer del conocimiento general, pero que se ejercen de manera cotidiana? Esos poderes permanentes e intocables, inmunes al sistema democrático y su clásica división de poderes.

Norberto Bobbio reflexiona sobre el tema y propone una división que busca medir el grado de visibilidad del poder: a) El gobierno como poder emergente (o público). b) El sub-gobierno, poder semicubierto (o semipúblico) c) El criptobobierno, poder cubierto (oculto). Respecto al subgobierno, Bobbio precisa: “A diferencia del poder legislativo y del poder ejecutivo tradicionales, el gobierno de la economía pertenece en gran parte a la esfera del poder invisible en cuanto escapa, si no formal si sustancialmente, al control democrático y al control jurisdiccional” (2) El criptogobierno hace referencia al poder oculto y el conjunto de acciones que realizan contra el Estado: el terrorismo, por ejemplo.

Sinesio López también reflexiona sobre la visibilidad del poder: “Junto a los poderes visibles del Estado, existe un poder invisible que, obviamente, la gente común y corriente no lo percibe, pero que funciona y decide sobre las cosas más importantes del país y de la vida de los ciudadanos: decisiones de inclusión y exclusión política, formas de apertura política, políticas económicas, tipos de políticas sociales.” (3)

¿Cuanto del poder que parecen reflejar los 10 más poderosos que nos presenta la encuesta es real o más bien aparente? Es decir, son ellos los que efectivamente toman las decisiones o su capacidad más bien radica en adaptarlas a los grandes procesos económicos, sociales y culturales que trae consigo la globalización, fenómeno que, entre otras cosas, cuestiona el concepto de soberanía que era esencial para entender a los Estados decimonónicos, no los modernos. ¿Que hay de aquellos poderes invisibles que menciona Bobbio? ¿Qué pasa con las burocracias, el poder económico, las élites sociales, las FF.AA?

Estas son algunas dudas que puede dejar la tan comentada encuesta del poder en el Perú. Sin duda recoge la mirada de un importante número de líderes de opinión y sus percepciones sobre el ejercicio del poder en nuestro país. Sin embargo, muchas veces el poder real parece estar depositado en quienes no aparecen en estas encuestas, pero cuyas decisiones nos afectan a todos en mayor o menor grado. La habilidad de estos grupos parece ser mantenerse en el anonimato y dejar que otros se lleven el crédito o descrédito de sus aciertos o errores. El principio democrático de soberanía popular parece diluirse frente a los poderes fácticos, menos visibles, pero sin duda más efectivos.

(1) En: www.elpoderenelperu.com (Última consulta: 30 de setiembre de 2008)
(2) Yturbe, Corina (2001) Pensar la democracia: Norberto Bobbio. México: UNAM
(3) López, Sinesio. El Estado en el Perú de hoy. En: http://blog.pucp.edu.pe/item/21448 (Última consulta: 2 de octubre de 2008)